LOS VIVOS ANHELOS DE UN NIÑO
MIGUEL MARÍA BEDOYA CARVAJAL
BUCARAMANGA, ENERO 2017
“Entrégate a la actividad y
poco
A poco se irá levantando tu
Ánimo, mas no descanses, no
te
Vuelvas nunca atrás”
GOETHE
DEDICATORIA
A mi esposa, queridos hijos,
nietos y nieta, dedico este libro, que es esencia de mi ser.
A mis hermanos y demás
familiares que me han rodeado de inmenso cariño y amor.
MIGUEL MARÁ BEDOYA CARVAJAL
MIBECAR
AGRADECIMIENTOS
El autor expresa sus agradecimientos:
A mi esposa Ana Doris, mis hijos: Miguel Ángel, Nancy,
Luz Mary, y Jimmy Alejandro; a mis adorados padres: Ana Tulia y Miguel Antonio,
que en paz descansan, quienes me condujeron con verdadero amor, para sacar
adelante esta interesante obra literaria.
LOS VIVOS ANHELOS DE UN NIÑO
LIBRO DE LITERATURA 2016
MIGUEL MARÍA BEDOYA CARVAJAL
NOVELA ILUSTRADA
LOS VIVOS ANHELOS DE UN NIÑO
Episodio 01
Serafín Buenahora
Me llamo
serafín Buenahora. Parece que hago honor a mi nombre, porque a la edad que
tengo, ya empiezo a comprender por qué las mujeres de mi pueblo, me estrujaban
tanto contra sus delicados cuerpos, ataviados miserablemente, igual que yo, que
vestía mis andrajos que los buenos corazones me regalaban. Estas bellas y
nobles damitas me martirizaban las pálidas mejillas contra las suyas propias,
hasta hacerme perder la paciencia. De eso, nada recuerdo, pero lo que sí tengo
presente todavía, son las bellas historias que me contaba mi madre y que a pesar
de los años transcurridos me llenan aún de verdadera nostalgia.
Ahora lo que yo deseo, es ocupar mi mente con
conmovedoras vivencias, que me ha deparado la vida, por cierto, muy agitada,
porque a pesar de combinar mi trabajo de mandadero con el de estudiante,
también aprovecho muy bien el tiempo libre, para realizar actividades de orden
cultural y social, gracias a Braulio mi maestro, un hombre de nobles
sentimientos que sigue preocupándose por mí.
Por eso, es por lo que con frecuencia y también
para no olvidar los tropiezos de nuestra vida, me dedico a repasar, las gloriosas páginas llenas de historia
de mi pueblo con las que me deleito refrescando la mente y recordando como siempre,
mis locas aventuras que, eso sí, lo debo reconocer, no las he podido dejar a
pesar de los muchos consejos que sigo recibiendo de mi maestro Braulio y de mis
semejantes; pero nunca será
tarde para realizar un cambio en mi modo de ser y yo sé que lo conseguiré con
la ayuda del Dios de dioses, de mis padres y del mismo maestro de mis primeras
letras; con ellos, podré superar mis propias dificultades. Yo sé, que con
hombres como Braulio, todo sistema funcionaría bien en mi querida Colombia. Por
eso, yo lo admiro. Es que mi pueblo estaba dormido. ¡Qué horror! no nos
preocupábamos por su adelanto; pues nos hacía falta un líder que movilizara las
masas, que se enfrentara con valor civil a promover reuniones en forma
periódica, y que tuviera el coraje y el suficiente don de mando para convencer
a su gente. Yo si digo que un pueblo progresa cuando sus habitantes se
preocupan por él de manera comunitaria, para sacarlo del paroxismo total en que
se encuentra. Que Dios me ilumine y me llene de sabiduría divina, para que
cuando sea más grande en conocimiento, pueda no solo ayudar a mi municipio sino
colaborar con los demás vecinos para que haya paz y progreso en la nación. Ahora sí me entregaré a meditar
profundamente sobre el pasado, presente y futuro de mi pueblo y de mi gente, y
a referir pormenorizadamente mis locas aventuras por este mundo lleno de
pasión.
Episodio 02
Episodio 02
Mi
pueblo
Este era un pueblo pobre, mi pueblo, como
tantos otros que están en las mismas circunstancias. Vivíamos casi de limosna. Carecíamos
de los medios necesarios para subsistir. Me daba pesar ver cómo se paseaba la
gente por las calles polvorientas, igual que yo. Unos, lamentándose porque no
podían conseguir qué llevar a casa para darle de comer a sus pequeños hijos,
sin importar que los grandes aguantaran; pues éstos, ya estaban acostumbrados;
otros, pasaban ratos amargos para poder vender sus escasos productos que
extraían de sus pequeñas parcelas, y los trabajadores de machete al cinto, a
veces se veían llorar como niños hambrientos, porque les era muy difícil
conseguir quién les ocupara, menos yo, que como buen mandadero me defendía.
Como era un pueblo demasiado pobre, sólo disponíamos de un
camino de herradura; no se podía andar por él para visitar a nuestros amigos y
teníamos que caminar por verdaderas trochas. También carecíamos del servicio de
agua y había que cargarla con mucho cuidado debido a que fácilmente, de un mal
paso, se nos podía derramar. Estábamos urgidos de una escuela dónde recibir
instrucción. Las pocas criaturas de este pequeño pueblo, vivíamos sólo para el
juego, aprendiendo a vivir en un medio ambiente que nada bueno nos deparaba.
Episodio 03
Episodio 03
Cómo sufríamos
Éramos varios los niños que
estábamos enfermos y como no había un servicio médico-hospitalario que nos
brindara la atención necesaria, nosotros sufríamos solos: algunos llorábamos y
nos revolcábamos como verdaderos animalitos; otros, tenían el vientre hinchado,
a consecuencia de la mala preparación de los alimentos, o porque el hambre los
obligaba a comer tierra llena de bacterias como le oía decir a mi taita. Se
veían niños flacos y muchos hombres y mujeres tenían fiebres tan altas que
hasta se les reventaban los labios.
Yo, ahora recuerdo muy bien, de
una historia que me refirió mi madre acerca de una familia muy pobre. Era
netamente campesina. Tan pobre, que solo tomaba una comida por día. Los niños
se alimentaban con pedazos de panela y de frutas totalmente verdes, propias
para una verdadera enfermedad diarreica; por supuesto, vivían llenos de
parásitos y sin defensas de ninguna naturaleza. Estaban muy raquíticos. No
había día que los niños no se quejaran de alguna dolencia. Las pócimas
preparadas por su madre, no producían ningún efecto.
El padre de los niños, viendo
esto, emprendió camino rumbo al pueblo; allí, habló con el farmaceuta quien le
dio unos purgantes para cada una de las criaturas enfermas.
Su padre, muy contento, regresó a
su rancho después de haber caminado por dos horas y ordenó a su mujer que
preparara algo; en este caso, un jugo de naranja revuelto con panela, lo suficiente
como para que los niños no devolvieran el remedio.
El padre tomó de la mano a la
niña Amparo; ella, ya tenía cinco años; era la más humilde de los niños y por
supuesto, no le perdía pisada a su madre, sería por esto que Luis le cargaba
“bronca”. La niña según cuenta mi madre, fue a quien más martirizó. Ella
gritaba de rabia pero así y todo, bruscamente, le abrieron la boca con un
pedazo de palo de escoba, delgado, y le echaron a la fuerza el maldito purgante; luego,
él, cogió a la niña mayor y con ella no sufrió, porque fácilmente se pasó el
maldito brebaje. Siguió en turno el niño de un año, Esteban, quien
inocentemente pasaba las cucharaditas de purgante, sin devolver los amargos
tragos. El último niño fue Carlitos, de tres años y medio quien sí expulsó las
primeras cucharadas, lo que obligó a su padre a proceder de igual forma como lo
hiciera con la niña. Terminada la odisea, los niños comenzaron a sentir unos
fuertes dolores de estómago; aquello, parecía el juicio final. El mortal
remedio estaba pasado. El menor de los niños, no resistió y fue el primero en
morir. La angustiada madre, comenzó a llamar a grito entero a sus vecinos,
quienes rápido acudieron y en medio de la amargura total, empezaron a brindar
los primeros auxilios; todo fue inútil. Lucharon por hacer que los niños
vomitaran el veneno, pero la única que respondió fue la niña mayor.
Carlitos y Amparito, seguían
luchando entre la vida y la muerte. Los señores entre tanto, construían la
pequeña caja para depositar en ella, el despojo mortal del niño Esteban. Amanecía
en medio de una repelente llovizna, y una espesa neblina, que hacía más
desolador todo el contorno donde se sucedían los hechos.
Pasaron las horas; a eso de las
dos de la tarde, el desventurado padre, salió muy campante con la pequeña caja
que contenía el cuerpo sin vida del niño menor. Como era inminente el desenlace
de los otros niños, por su gravedad, las personas se quedaron para ayudar a la
humilde señora que estaba sumida en la más terrible pena. Su esposo ya llevaba
una hora de camino en subida y la angustiada madre, no perdía de vista a su
querido hijo que cada vez, más se alejaba. De repente, una de las señoras,
salió del cuarto, para comentarle a la pobre madre, que acababa de morir Carlitos.
Cualquier persona por más dura que sea de corazón, se resiente. Decía mi madre,
al referirme esta conmovedora historia. ¡Qué dolor y qué sentir tan inmenso!
decía yo. La madre se desmayó. Su débil corazón no resistió semejante noticia.
Los vecinos no hicieron otra cosa que rezar y pedir a Dios por el alma de los
niños ya muertos, y por la salud de los que aún seguían con vida. De vez en
cuando, renegaban y maldecían al tal farmaceuta.
Cuando su esposo regresó a casa y
se enteró del deceso del niño, reventó en cólera, también renegó de Dios y juró
matar al desventurado dueño de la droguería. A las diez de la noche, falleció
la niña Amparo y, a las dos de la tarde del día siguiente, llevaron los cuerpos
sin vida de los niños.
El dolor causado por la muerte de
los tres niños, persiguió a la madre, hasta recluirla en un sanatorio.
Este caso, decía mi madre, pasó
inadvertido para las autoridades de mi pueblo y, el tal farmaceuta, siguió muy
campante causando males a la sociedad, sin que nadie, absolutamente nadie,
tocara la vena rota del asunto. Si el mundo estuviera rodeado por seres de
corazón bueno e inocente, viviríamos en un paraíso lleno de amor, sin odio y en
paz. No habría pobreza, no habría maldad, no habría enfermedad.
Episodio 04
Un mal gobierno municipal
Don Marcelo era el Alcalde. Un
hombre pasivo, enchapado a la antigua, que no se preocupaba por las criaturas
del pueblo, sino por arreglar casos de borrachitos que iban a parar a la cárcel
y a quienes les hacía pasar noches enteras de amargura y desengaños. Yo con eso
del alcohol, sí no estoy de acuerdo y quisiera que los adultos fueran como
nosotros los pequeños que detestamos esa clase de sabores. Es que he visto
tantos casos graves, ¡Dios mío! En muchos hogares de mi pueblo, a consecuencia
del trago, ya por abandono del hogar o porque los adultos riñen como verdaderos
gallos de pelea, o le dan mal ejemplo a los menores como yo, o porque se gastan
toda una semana trabajando realmente duro, para que en menos de dos horas de
jolgorio, ya no tengan con qué comprar una libra de sal. ¡Qué injusticia! Los
grandes, deben sentar cabeza y evitar todo eso que corroe el alma y destruye
células vitales del cuerpo. Yo de esto realmente no quiero ni pensar.
El Alcalde se ponía de acuerdo
con el señor Cura, para aburrir al pueblo con tanta cantaleta que echaban por
esos malditos alto-parlantes, que funcionaban a base de baterías y, don Fermín,
quien era el Juez municipal, nunca solucionaba un caso: Serapio, era el aguador
y se aprovechaba de la gente para vender bien caro la gota de agua contaminada;
Don Ananías, tenía una tienda y
era muy usurero el pobre negro; a diario, se veía sentado con los pies
estirados sobre una destartalada banca, esperando que las mismas personas se sirvieran,
y luego, le pagaran lo que ellas llevaran; Don Zacarías, trabajaba la tierra y
era el único hombre que sacaba a vender los productos agrícolas con precios
verdaderamente bajos. Era muy apreciado por todos y se compadecía de aquellas
personas que a él acudían en busca de una limosna o ayuda.
Episodio 05
Todo era triste
La vida en el pueblo era muy
triste para nosotros. No había en qué ni en dónde entretener a la gente, mucho
menos a los niños. Los días eran siempre iguales; las calles desoladas y una
que otra persona sí, adolorida, porque se les notaba en el rostro; don Marcelo,
fumaba para disipar las penas o para espantar a los zancudos. Siempre se
sentaba muy tranquilo con la silla contra la pared de la Alcaldía que daba a la
calle principal y algunos niños que le veían, a veces por cariño, le decían
“Ñoño” y para él, era un placer que le llamaran así. Jamás se le vía bravo.
También recuerdo que Mariela
tenía por ese entonces, veinte años, y pasaba las horas enteras, asomada a la
ventana de su casa, esperando que alguien pasara y le lanzara un piropo de esos
que acostumbran decir los primíparos en el amor; don Abundio cuidaba de su
iglesia y de su huerto; y don Ananías, se aburría tras el mostrador de su
tienda.
Las puertas de las casas siempre
permanecían cerradas y lo único que se abría en las horas pico eran las ventanas,
que por cierto, muchas de ellas sin pintar, y afeaban el frente de esas
humildes casas como era la mía.
Episodio 06
El regreso de Braulio
Un buen día de esos
esplendorosos, regresa Braulio, el hijo de don Ananías. Vuelve al pueblo
después de varios años de completa ausencia puesto que se encontraba cursando
estudios superiores para enfrentarse a la vida de maestro que era su mayor
anhelo.
Dicen quienes lo conocieron de
pequeño, que él era un niño muy travieso y vividor. Quizás por eso, fue como
logró que don Ananías le diera el estudio requerido para que se forjara su
propio futuro. Ahora es mi maestro. Él llega acompañado de su mujer que se
llama Adelina, una bella señora que cuida de los niños. Ella también es maestra
y don Ananías está muy feliz por este maravilloso acontecimiento.
Jamás se imaginó que su hijo
regresaría a su pueblo a impartir orientación a su gente. Yo diría que es una
gran desgracia en la vida, no tener quién nos guíe en ella. Los padres son
formadores de los hijos en todo lo trascendental: En la piedad, en la
instrucción, en la cortesía, en todo. Lo son por naturaleza; pero no lo son en
la realidad, muchas veces, por ineptitud o por falta de sacrificio o de
estudio. Muchos están entregados a los negocios o al gobierno de la casa. Dejan
que crezcamos sin orientarnos en asuntos que no pueden formarnos ni la escuela
ni el colegio.
Yo sé muy bien que el colegio
educa en religiosidad, en cultura, en el trato social, en el amor a la patria,
pero no nos educa en las diversiones, ni en el amor a la naturaleza, ni en el
aprovechamiento de los ocios veraniegos, ni en el goce de los deportes más
sanos y nobles, ni en el cultivo de las artes más bellas. ¡Cómo hacía de falta
un buen orientador! No es culpa del colegio, es que no puede hacerlo todo, pero
don Braulio, es un gran maestro para mí, porque dedica el tiempo extra en
darnos clases de orientación sobre todos estos tópicos que atañen a nuestro
comportamiento. Él reemplaza a nuestros padres en muchas cosas y nada más por
eso, es por lo que yo le he tenido un gran aprecio. En mis oraciones, pido a
Dios que lo proteja y lo llene de Gracia Divina.
Episodio 07
Hagamos algo por el pueblo
Braulio reúne a los vecinos y les
dice: “He visto el pueblo. Está lo mismo que cuando lo dejé hace unos años. No
podemos seguirlo viendo así. Tenemos que hacer algo por él. Es imposible que
nos gane la pereza cuando lo que tenemos es manos poderosas y mente lúcida para
trabajar y pensar en bien de él para que más tarde sea admirado por todo el
mundo. Recuerden que no tiene un buen camino ni agua; tampoco tiene escuela ni
alumbrado público suficiente. Vamos a trabajar unidos. ¡Hay que construir un
pueblo nuevo! Todos debemos ofrecer ayuda y así triunfaremos. Yo sé que lo lograremos”.
El profesor Braulio, nos conmovió
con esas lindas y sentidas palabras; fue muy aplaudido por todos; solo don
Fermín no quiere ayudar porque es un pobre hombre que no piensa en el mañana ni
en el porvenir de sus hijos, así lo manifestó escuetamente.
Ese día, yo asistí a la reunión y
le ayudé a don Braulio a preparar el sitio para la misma. Fui testigo
presencial de las cosas maravillosas que él nos dijo; sinceramente me conmoví y
de ahí en adelante, he venido trabajando al lado de mi maestro, con mucho
entusiasmo, por el mejoramiento de nuestro pueblo.
Lo que sí observé y me causó
indignación lo digo con toda franqueza, fue la reacción tomada por don Fermín,
que nada aceptó de lo que expresó el maestro, porque según mi modo de pensar,
para él, era casi un imposible levantarle la moral a la gente para cambiarle la
cara al pueblo, de la noche a la mañana; era muy negativo.
Ahora sí empiezo a creer todo lo
que me decían mis amiguitos acerca de don Fermín; pues para Braulio, nada le
era imposible, y yo pienso que tarde o temprano lo podrá convencer para que se
integre positivamente a la comunidad. Así era mi forma de analizar las cosas
por medio del diálogo permanente y eso que todavía era un niño, pero me sirvió
que era muy hablador y todo lo cogía rápido por mi esmerada agilidad para
actuar y pensar
Episodio 08
Carecíamos de escuela
Todos ayudamos: El Alcalde, el
Cura y las personas que vivíamos en el pueblo, menos don Fermín. Don Zacarías,
da el terreno por ser un hombre pudiente y colaborador. Se emprende la gran
obra. Él y los campesinos ayudan nivelando y dándole firmeza al piso para
levantar sobre él las paredes de la escuela; don Ananías, dona los ladrillos
que con gran sacrificio son transportados a lomo de mula; don Abundio, regala
el cemento quien pone en el sitio preciso de la obra a emprender; don Marcelo,
da la madera y, para ello, se vale de los borrachitos que la corta y la
traslada de su finca al pueblo; Mariela, Adela y Braulio, ayudan también. Sólo
don Fermín no quiso ayudar.
No recuerdo qué tiempo se llevó
esta gran obra para terminarla, pero lo que sí no he podido olvidar, fue la
fiesta que todos realizamos. La pasamos de primera; estuvimos muy felices y participamos
en integración; pequeños y grandes; es decir, todos por igual. No se distinguía
el Alcalde, el cura, ni el maestro Braulio; ellos aprendieron a compartir y a
dialogar con la gente del pueblo, cosa que no se veía antes. Era bonito verlos
alegres. Unos, tocaban tiple; otros, la guitarra; unos, las maracas; otros,
cantaban y unos cuantos bailábamos.
Yo me divertía y no podía
contener la risa cuando bailaba don Zacarías con su pobre mujer que parecía una
enanita al lado de él quien era un hombre alto, muy corpulento y tenía que agacharse
para poder bailar bolero con ella. Todo eso era realmente un espectáculo.
Episodio 09
Mejoramos el camino
Nuevamente nos reunimos el sábado
como de costumbre; don Zacarías dijo: “El pueblo no tiene un buen camino y es
la única vía que tenemos de transporte. Es conveniente que así como pusimos
nuestro granito de arena para la construcción y terminación de la escuela,
hagamos lo propio por mejorar el camino. Ustedes se habrán podido dar cuenta
que se pasan miles de vicisitudes para traer las cosas al mercado a un precio
razonable. Entonces mi deseo es que todos nos enfrentemos a esta nueva empresa
para que mejoremos el camino que conduce al pueblo, el que desembotella a
varias veredas de nuestro municipio”.
Todos nos dimos a la singular
tarea de arreglar el camino. Daba verdadero gusto ver cómo los vecinos se
reunían y cómo trabajábamos por un bien común. Muy temprano, emprendimos la
obra. Nadie se quedó sin colaborar, hasta yo, que era solo juego. Alguien con
muestras de gran contento nos invitaba a realizar apuestas para que nos
trazáramos metas fijas; es decir, hasta dónde debíamos llegar cada día, con el
corte y avance de la gran obra; esto, con el fin de que se diera rapidez a la
misma. Alguien dijo: “La unión hace la fuerza” y nosotros, somos esa fuerza
unificadora y vivificadora. Don Fermín no quiso ayudar.
Episodio 10
Somos oídos
Se forma un movimiento cívico que
comienza a trabajar por nuestra comunidad. Acude una selecta delegación de
cinco personas a visitar al señor Gobernador, para plantearle el deseo de
construir una nueva carretera lo más pronto posible, con el objeto de tener la
dicha de ver llegar el primer carro a nuestro querido terruño. El Gobernador
les ofreció una pequeña partida y les sugirió que se dirigieran al Gobierno
Central para que éste les concediera un aporte nacional lo suficiente como para
llevar a feliz término lo que se proponían realizar. Así lo hicieron y al cabo
de dos años, cumplieron nuestros deseos de empezar el trazado de la carretera.
Al poco tiempo, se comenzó en forma, la maravillosa obra y era divertido oír el
traqueteo de las piedras que rodaban con gran facilidad por esa escarpada
montaña. Yo vivía distrayendo el tiempo en esto; y, a veces, me volaba de la
casa para divertirme en ver ¡cómo explotaban de bueno esas inmensas rocas!
Ellas quedaban esparcidas en el verde bosque y otras minúsculas piedrecillas se
perdían en el celeste cielo. Era para mí, un gran espectáculo, lo digo con toda
sinceridad.
Episodio 11
Llega el monstruo del progreso
Fue otro gran acontecimiento
porque jamás habíamos visto semejante monstruo. Recuerdo que hasta yo, que era
un “guámbito” sin juicio, me acerqué a él con mucho miedo, pero al ver que el
conductor no me rechazaba, empecé a subirme con otros amiguitos por donde quedaban
las ruedas traseras del misterioso aparato, hasta meternos a esa inmensa mole
de hierro que cubría todos nuestros cuerpos. El señor conductor, al vernos ahí
como verdaderas hormiguitas, encendió el motor de dicho vehículo y ¡Dios mío!,
gritamos todos; el susto fue aterrador, porque pegó un arranconazo que por poco
nos saca; y yo, también recuerdo ahora que mi corazón del maldito susto casi se
me sale del pecho, pero nos dimos cuenta que ese tal monstruo no era ofensivo,
todos comenzamos a reír y le solicitamos al señor Ábrego, que nos diera una
vuelta más por las calles de nuestro pueblo. Y así lo hizo y qué contentos nos
pusimos todos. ¡Ah! Pero se me olvidaba decir que el monstruo era una inmensa
volqueta que llegó vacía; ella traía la banda de música del pueblo vecino, los
periódicos del día, el correo; don Zacarías, y los campesinos, aprovecharon el
júbilo para echar sus cosechas que las tenían al borde de la carretera; todos
estábamos muy felices y gritábamos, pronunciando palabras elogiosas a las autoridades
de mi querido pueblo.
Episodio 12
Continúa el progreso
Ya el señor Alcalde, don Marcelo,
con muestras de verdadero entusiasmo, citó nuevamente al pueblo para
manifestarle que era necesario emprender otra tarea de gran envergadura para
beneficio de todos. Y dijo: “nuestro pueblo no tiene agua; hay que hacer algo y
rápido. Les cuento que llamé hace unos días a un ingeniero, gran amigo mío,
también empleado del gobierno; lo enteré del problema; y él, muy gentilmente me
manifestó el deseo de colaborarnos; de eso, esté seguro mi querido amigo, luego
dijo: me puse muy contento porque yo amo a esta mi tierra donde nací y me crié
y les aseguro, compañeros, que ustedes también estarán de acuerdo en que comencemos
a trabajar ya” Pronto empezamos los trabajos. Todos ayudamos de una u otra
forma. Don Marcelo, dio los tubos; don Ananías, dio los ladrillos y don
Abundio, el cemento. El ingeniero del gobierno dirigió la obra; los niños
ayudamos cargando los materiales livianos y las mujeres prepararon los
alimentos líquidos y sólidos que son los que dan fortaleza tanto al cuerpo como
al espíritu. Solo don Fermín no quiso ayudar.
Episodio 13
Construimos una fuente
Don Zacarías, los campesinos y
yo, nos dimos a la gran tarea de construir una fuente en todo el centro de la
plaza de mercado porque todavía no se contaba con un parque. Los canteros empezaron
a tallar las piedras antes que llegara el agua al pueblo. Por fin se cumplió
otro deseo. Llega el agua, y lo primero que hicieron fue conectarla a la
fuente. Ésta empezó a llenarse; y la gente, como es de novelera, se acercó a
ella. Al cabo de dos horas, el agua ya iba por mitad. Recuerdo que yo también
estuve observando pero me encontraba tan distraído que llegó un muchacho cuyo
nombre por ahora se me escapa, bruscamente me cogió y me lanzó a la pila. Ese
día, la vi negra; sí, muy negra, porque casi me ahogo. Chapuceé como nadie lo
había hecho y no me tendieron la mano. En ese instante, sí sé, por qué lo
hicieron. Primero, porque era imposible que me ahogara en tan poca agua y,
segundo, porque me castigaron algunas faltas que cometía con mucha frecuencia a
los mayores. Ese día también repartieron bebida y comida a diestra y siniestra
y todo el mundo estuvo alegre por este magno acontecimiento. Posteriormente
conectaron el agua a todas las casas del pueblo. Yo sí gocé ese día, haciendo
maldades; es que no se me puede olvidar cuando le pegué por el trasero a
Conrado, el loco del pueblo.
Él explotó en cólera y ahora
recuerdo que hasta fue grosero con el señor Alcalde; éste, lo mandó a sacar del
baile y a la cárcel fue a parar por mi culpa. ¡Qué malo era yo!
Episodio14
La lectura, fuente de cultura
En otra de tantas reuniones, se
trataron asuntos muy importantes relacionados con el conocimiento de las cosas,
para estar enterados a nivel regional, departamental y nacional. Por lo visto,
era muy poco el potencial humano que se preocupaba por leer y consultar; pues
se carecía de medios de comunicación y de una buena biblioteca municipal; pero
llegó Braulio, el hombre humilde, el mediador, el que impulsó el desarrollo de
la comunidad, el que trajo alegría a cada hogar, el que con sus excelentes
consejos y la manera como impartía instrucción, nos abrió los ojos y nos
trasladó a un mundo mejor. En esta reunión, el maestro nos leyó un libro de
aventuras que coincidía con la labor que habíamos emprendido para mejorar
nuestro pueblo, y, analizamos cómo se tiene que luchar para lograr un objetivo.
Todos quedamos muy satisfechos y le comprendimos lo que nos quería enseñar con
esta lectura. Don Ananías, don Serapio y Adelina, hacen lo propio. También leen
un libro a cada grupo de personas. Observé el interés que prestaron las mujeres
para escuchar con mucha atención a Adelina, quien les iba leyendo y explicando
a la vez. Debió ser un tema muy interesante; yo diría que candente, porque a
varias mujeres las vi perplejas y boquiabiertas escuchando a la dinámica
profesora. Digo esto porque las mujeres formaban un grupo aparte, y yo, vivía
metido en todas partes ocupando mis ojos que eran la voz de mi alma.
Episodio 15
Donación de libros
Braulio y Adelina, resultan ser
los mejores maestros que con entusiasmo y con un desprendimiento total,
trabajan por el pueblo. Con la primera lectura que realizaron a la comunidad,
nos despertaron el interés por conseguir más libros que nos sirvieran para
ampliar nuestra capacidad de comprensión y desarrollar actividades recreativas
por medio de este magnífico sistema de información. Ellos decidieron solicitar
a las autoridades departamentales, la donación de libros para montar una
biblioteca municipal donde todos pudiéramos acudir a abrir un libro, como la
Biblia que es la fuente de toda sabiduría.
Como era un pueblo de pujanza, ya
conocido en el ámbito departamental por el deseo de superación, el señor
Gobernador obsequió libros para ser leídos por pequeños y grandes y ¡qué
contentos nos pusimos todos! Ahora disfrutamos gracias a Braulio y a su esposa
Adelina, de una gran biblioteca municipal. Pero Don Fermín, definitivamente no
quiere leer.
Yo era un muchacho muy inquieto y
lo que más me llamaba la atención de todos los libros, seguro que eran los
dibujos que allí venían como para comprender mejor lo que se leía con tanto
esmero.
Episodio 16
Aprovechamiento del tiempo libre
Muchas de las personas querían
aprender, incluso yo. Se nos despertó el apetito por la lectura porque nos
gustaba ver las imágenes para poder comprender lo que se expresaba en lo
escrito. Después, fue toda la comunidad. Pequeños y grandes, no
desperdiciábamos el tiempo libre y siempre acudíamos a escuchar a los maestros;
a don Marcelo, a don Fermín y a otras personas que ya sabían leer muy bien; es
decir, saboreaban la comprensión de la lectura y nos leían hermosos pasajes.
Esta vez, fue tanto el empeño que mostró Adelina en enseñarnos, que hasta don
Fermín no quería ser menos que los demás y también, por fin, quiso colaborar
enseñando esta difícil tarea. Esta vez, trabajó con un grupito de cuatro niños
que no conocían el abecedario, y él, los motivó siguiendo los modelos de
Adelina, logrando conseguir que aprendieran el tema y pudieran formar letras,
sílaba, palabras y frases. Yo fui el primer gran sorprendido. Como don Fermín
sí había terminado la primaria y creo, si no estoy equivocado, hizo hasta
tercero de bachillerato; ya podía hacer sus primeros pinitos sin mucho de
esfuerzo de su parte, para desempeñar la difícil tarea de enseñar a leer a un
niño. Gracias don Fermín, por su inmenso interés esta vez.
Si todos en Colombia pusiéramos
un granito de arena en sacar de la ignorancia a estas pobres criaturas e
inclusive a los analfabetas mayores, sería algo realmente maravilloso y digno
de aplaudir.
En esta ocasión, no participé
mucho, debido a que ya tenía gran avance en la lectura; pero sí tuve suficiente
tiempo para dedicarme a observar las ilustraciones de unos libros que me prestaron
y que por ellas, traté de interpretar su contenido.
Episodio 17
El suelo se cansa
Otro día de tantos, don Braulio,
nos habló del suelo. Don Zacarías y los campesinos que eran los más afectados,
nos dijeron que el suelo se cansaba como nos pasa a los humanos. Que ya no
producía como antes, a pesar de realizarse la rotación de cultivos. Llaman al
Agrónomo para plantearle el problema. Él acude, y con gusto, explica cómo
cuidar el suelo. Nos dijo que el suelo se perdía por falta de cuidados. Él es
como una niña bonita: Hay que estarlo mimando frecuentemente. ¿Cómo? Nos
preguntaba – y luego decía: Evitando la erosión, no maltratando la tierra con
herramientas inadecuadas que provocan deslizamientos bruscos de la misma, especialmente
cuando llueve torrencialmente; no dejar de echar el abono requerido, como
también, evitar el manejo inapropiado de ciertos elementos químicos que acaban
con la vegetación y la corteza terrestre. Todos prestamos atención a las
explicaciones dadas por estos grandes hombres y fue así como empezamos una
nueva tarea en beneficio de nuestro suelo.
Así que resolvimos cuidar de la
capa vegetal en lugar de pensar en la tala de árboles; más bien, sembramos
cantidades. Los campesinos entusiasmados, leyeron una cartilla llamada
“Defiende tu suelo”.
Aprendieron a cultivar y se
dieron cuenta que los árboles hacen que la lluvia no se lleve la tierra y le
dan vida al suelo, en vez de crear un panorama desolador, y sí, convierten la
naturaleza en algo realmente hermoso. Yo también aprendí.
Don Braulio, como siempre, amante
y defensor de la naturaleza, nos hizo reflexionar sobre el particular; y yo,
ahora dedico unas estrofas que tienen mucha relación con el suelo, las plantas
y la conservación del medio ambiente en general:
Ernest
Hackel descubrió
La palaba
ecología;
Ella estudia el medio
ambiente,
Y seres
vivos de hoy día.
Es Colombia
muy famosa
En todas partes del mundo
Porque en cuestión ecológica,
Es
un paraíso fecundo.
Los
árboles y la lluvia
Fortalecen
nuestro suelo;
Donde
podemos sembrar,
Y segar con gran
consuelo.
Nuestro bello suelo patrio
Nuestro bello suelo patrio
Está cubierto de
plantas;
Y el ilustre
Sabio Mutis,
Las cuidó ya como
santas.
El traqueteo de
los árboles
Es casi ceremonial;
Para los niños del campo,
Esto es muy sensacional.
Con el ruido de las ramas
Y en su pleno amanecer,
Se despiertan los obreros,
Que comienzan a joder.
Es el gorjeo de las aves,
El que alegra a las colinas
Por donde pasea el finquero
Galanteando a las vecinas.
El tropel de los caballos
Con sus tremendas pisadas,
Dejan huellas bien marcadas
Y las tierras ya abonadas.
El bramido de las reses
En todito este confín,
Entre mañanas y tardes,
Alegra a todos por fin.
Es casi ceremonial;
Para los niños del campo,
Esto es muy sensacional.
Con el ruido de las ramas
Y en su pleno amanecer,
Se despiertan los obreros,
Que comienzan a joder.
Es el gorjeo de las aves,
El que alegra a las colinas
Por donde pasea el finquero
Galanteando a las vecinas.
El tropel de los caballos
Con sus tremendas pisadas,
Dejan huellas bien marcadas
Y las tierras ya abonadas.
El bramido de las reses
En todito este confín,
Entre mañanas y tardes,
Alegra a todos por fin.
Quiera Dios que en las próximas
reuniones, todos los delegados, miren con ojos de águila cada Caso y pongan fin
a la delicada situación ambiental de carácter mundial.
Episodio 18
Embellecimiento de mi pueblo
Don Marcelo y el señor Cura
Párroco, piden ayuda para embellecer el pueblo, mi pueblo. La comunidad les
responde y comienza la gran labor de arreglar las calles que estaban un poco
abandonadas o, yo diría, bastante abandonadas. Siembran árboles a sus
alrededores y pintan las casas de tal manera que quedaran uniformes, las
mujeres ponen macetas de flores en las ventanas de sus casas que al mirlarlas
de lejos, se ven muy hermosas y con espíritu de cielo. También arborizan la
plaza. Don Fermín ya no se queda quieto y participa activamente. ¡Qué bello
está quedando el pueblo! –decía con gusto -. Todos quedamos perplejos con el maravilloso
cambio de don Fermín.
En las tardes, cuando regresaban
los trabajadores y nuestros padres del campo y de los diferentes oficios, yo me
divertía de lo lindo, observando las diversas actitudes de las personas
sentadas alrededor de la plaza; unas, de cabellos plateados, fumaban; otras,
dialogaban y por la forma como se reían, me imaginaba que acaso referían
cuentos muy humorísticos o, quizás, un poco picantes; qué sé yo.
En la noche, la gente poco salía
a las calles o les daba miedo ver la obscuridad, porque todavía nos hacía falta
algo muy importante que era la luz eléctrica; pues nosotros, los pobres, estábamos
acostumbrados a las lámparas de petróleo o a las velas de cera porque la
plantica del municipio solo proveía de luz a unas cuantas personas del pueblo,
a los más encopetados, diría yo; pero era una luz tenue que apenas se vía como
para medio distinguir los objetos.
Bueno, así y todo, yo sí
permanecía hasta ciertas horas de la noche deambulando por las calles, a veces
solitarias, enterándome de cuanto acontecía. Ahora sí entiendo, por qué yo era
un muchacho paliducho y lleno de pereza para levantarme en las horas de la
mañana.
Episodio 19
Una planta eléctrica
Nuevamente se reúne la gente y
esta vez, sí es en serio. Todos piensan en grande. Negocian y compran un motor
de mayor capacidad para endeudar a la gente, a los más pobres, pero valió la
pena, para reemplazar la plantica esa que medio alumbraba y que solo servía
para alcahuetear a los enamorados. Ahora se reciben aportes del comercio y
también parte de la comunidad, más pudiente, y un auxilio del Departamento. El
motor se pone en funcionamiento; extienden las redes eléctricas por todo el
pueblo y a los pocos meses, ya empezamos a disfrutar de una buena iluminación.
No tardaron en comprar los primeros radios o, mejor, equipos de sonido muy
potentes que alegraban con música bullanguera a un pueblo pasivo. No faltaban
ya, los bailes en las vecindades y yo, no perdía ningún programa. Siempre
buscaba la manera de estar contento. A veces, me invitaban sólo por oír algunas
de las canciones que me enseñó mi taita a quien tanto admiro por su genio y la
manera como nos trataba y también porque a él lo apreciaban por ser generoso y
comprensivo con todo el mundo. Observo que ha mejorado un ochenta por ciento,
el ambiente social y cultural de las personas; se siente un verdadero clima de
alegría en los hogares y los niños como yo, vivimos como en el cielo, porque
ya, nada nos hace falta, gracias a Dios. Yo por ejemplo antes no rezaba y si lo
hacía, era por pura recocha, pero ahora, con tantas cosas bonitas que nos ha
pasado, oro en las noches con mucha devoción.
Episodio 20
El médico habla del paludismo
Don Braulio, presenta a la
comunidad, al médico enviado por el gobierno. Era un hombre apuesto, de buena
contextura física y muy joven. Yo lo envidiaba. Era demasiado culto, eso no lo
decía yo; pues de esas cosas no entendía todavía, pero los que dialogaban con
él y que medio entendían, sí afirmaban y hablaban muy bien del Doctor Carlos
Sequera.
Él trataba el tema del paludismo
y decía que era una enfermedad muy grave que pasa de una persona enferma a una
persona sana por la picadura de un mosquito llamado Anofeles, ausente de las
fiebres palúdicas. También recuerdo cuando afirmaba que provenían de larvas que
viven en las aguas estancadas o de poca corriente. Nos refería historias de
muertes de niños, que nos hacían llorar. Eran muy conmovedoras, muy tristes. Yo
también lloré esa vez, a pesar de tener un corazón de piedra. Nos decía que el
paludismo quita las fuerzas. El médico nos aconsejaba con mucha insistencia que
debíamos destruir los charcos y matar los mosquitos. Yo fui mucho lo que le
colaboré matando estos animalitos. A veces, los veía en los brazos de los
compañeros y por maldad, los cogía por sorpresa y de un buen golpe, en
segundos, los estrellaba contra sus delicados cuerpecitos. Yo me arrepiento
ahora de haberles pagado tan duro a mis amiguitos de entonces.
Hoy no hago sino pensar en otras
enfermedades que azotan a la niñez y a las personas adultas. ¿Por qué Dios
permite que esto suceda si somos gente buena? Que el Todo Poderoso ilumine a
los científicos del mundo y en particular al Doctor Elkin Patarroyo y a todo su
equipo, que con ayuda de Dios, ya descubrieron la vacuna contra este flagelo;
de eso, estoy plenamente seguro, porque este antivirus evita peligrosas
enfermedades, ojalá logren los objetivos y se pueda salvar a la humanidad,
porque yo, ya empiezo a sentir mucha cobardía frente a este malditos virus que
causa la muerte, si no se ataca a tiempo. Infinitas gracias Doctor Patarroyo.
Episodio 21
Adelina trabaja con las mujeres
Adelina, decide colaborar con el médico; y para ello, establece como una especie de servicio social gratuito. Ella, trabaja con las mujeres y les enseña a hervir bien el agua, la leche, a tener la casa limpia y bonita, a aplicar inyecciones, a curar heridas, a coser y a tejer, a cuidar de los niños, a preparar mejor los alimentos y como es una mujer muy instruida, también les enseña medicina popular; a conocer de las plantas medicinales y decirles para qué sirve cada una de ellas, con las cuales se pueden defender con la cocción de bebidas mientras acuden al médico. Yo traigo a la memoria todo esto, porque a diario me enfermaba y mi abuela siempre me daba a tomar unas aguas que ¡Dios mío!, me hacían llorar por lo amargas que eran; pero eso sí, al poco rato de haberlas ingerido, ya estaba otra vez brincando como potro salvaje o como caballo sin brida.
Afortunadamente en los actuales momentos disponemos de un gran equipo de médicos y enfermeras que asisten a la gente con cariño y, apoyan toda obra de carácter social que redunde en bien de la comunidad. Gozamos de un buen servicio de Odontología, Rayos X, Bacteriología y otros. Ahora da gusto pasearse por estos lugares solo por ver a las enfermeras y a las doctorcitas que embrujan con su belleza todo el contorno del bien calificado hospital.
Episodio 22
Mejoramos nuestra habitación
Las habitaciones eran cálidas y construidas a base de paredes de tierra pisada; a veces se encontraban animalitos que brotaban del piso y que dañaban todo lo que encontraban a su alrededor. Yo oía decir que ellos destruían la madera y los libros, y entonces, como yo era tan preguntón, me enseñaron que es llamada comejenes u hormigas blancas. Por eso, los hombres mejoraron los pisos y las cocinas; pusieron ventanas para que entrara el aire y el sol libremente. Construyeron cuartos de aseo y letrinas tanto internas como externas y se preocuparon por las habitaciones. Yo pasaba los ratos ayudando. Claro está que por ser tan hablador, ni hacía, ni dejaba hacer, pero algo aprendí de mi taita.
Quiera Dios que algún día pueda corresponderle; de eso, estoy plenamente seguro. No importa que ahora sea desjuiciado, pero llegará el momento en que el Dios de dioses que todo lo puede, me haga ese milagrito de cambiar.
Así lo espero. Yo sé que nuestros queridos padres viven únicamente para nosotros y tenemos que brindarles mucha ayuda y con la misma moneda, pagarles porque ellos realmente lo merecen todo. Recuerdo que así decía él, y ahora, lo ratifico.
Episodio 23
Se estrena teatro
Don Braulio, sigue con sus reuniones y, esta vez, piensa en la construcción de un teatro para divertir a la gente de mi pueblo. Todos obsequian material y en acción comunitaria, pronto, muy pronto, la obra se vio terminada hasta el punto de inaugurarse con una pieza dramática en un acto llamada “Perdón y Olvido”, que el mismo maestro Braulio escribió y en la que participé representando el mejor papel que fue el de Dagoberto. Recuerdo que me aplaudieron mucho y me levantaron la moral; por eso y nada más por eso, lo voy a meditar repasándola de nuevo porque es de un contenido social muy hermoso y muy diciente. Al reflexionar, yo creo que esta linda y conmovedora historia, nos deja una hermosa enseñanza especialmente a nosotros los pequeños, porque nunca estaremos desamparados cuando somos buenos hijos con nuestros padres. Es que aunque ellos mueren, me refiero a Carlos y Elvira, protagonistas en la obra; Dios los sigue protegiendo por intermedio de sus almas que se aparecen con mucha frecuencia. Como Almita y Daguito eran sumisos, nada más por eso, lograron el amor, el afecto, el cariño y la custodia de su padre adoptivo, Carlos. Quiera Dios que los huerfanitos que aún estén desprotegidos, de ellos se acuerden los buenos corazones para que los acojan, los protejan y les brinden lo mejor: Mucho amor, mucho afecto y mucho cariño y, sobre todo, no los maltraten, humillen y aíslen, porque el de arriba, toma nota de todo lo malo y de todo lo bueno; y lo malo, lo castiga con mano fuerte.
Yo le sigo pidiendo a Dios que no me quite a mis queridos padres; pues ellos, se han portado muy bien conmigo y el día que llegase a acontecer, seguro que me voy a enloquecer. ¡Que no quepa la menor duda! Es que si tuviera una soga bien, pero bien larga, hasta me atrevería a lanzarla al cielo para castigarle la falta a mi querido Chuchito.
Episodio 24
Nuestro campo deportivo
Don Marcelo, como siempre, ofrece el terreno y se emprende una gran campaña para recolectar fondos con la finalidad de comprar los materiales requeridos. Nos pusimos en la tarea de realizar bingos bailables, bazares, rifas y reinados que fueron suficientes para empezar la obra. Todos los sábados y domingos, durante la mañana y, a punta de pica y pala, logramos coronar nuestros deseos.
Hoy asisten vecinos de otros pueblos al campo de deportes y se departe con inmensa alegría. Don Ananías, contribuye cada tres meses con balones para las prácticas y hoy día estamos muy bien representados con un equipo de fútbol del cual, yo formo parte activa. No sé por qué carajo, no me puedo estar quieto; reconozco que ahora dedico más tiempo al deporte que al trabajo y al estudio, y todo esto, me está trayendo problemas; sí, me está trayendo muchos problemas. Debo reflexionar y lo voy a conseguir porque cuando me propongo en emplear bien el tiempo libre, no hay enemigo malo para mí. Mañana mismo y con mucho entusiasmo, me dedicaré a recuperar el tiempo perdido, claro está, que cuando haya necesidad de meter la mano en cuestiones comunitarias, no vacilaré un instante en colaborar con la gente de mi pueblo. De eso estoy plenamente seguro.
Episodio 25
Maravilloso paisaje
Entre todos, construimos una pequeña represa en “Potrero Grande”, un sitio turístico cercano al pueblo. Así los niños y los grandes, tendríamos dónde ir a nadar, y yo, que casi juro que a ese sitio jamás volvería desde la última vez que me arrastró la condenada quebrada la “Portuguesa”, como diez metros abajo, y por poco, me voy de este mundo. A ese lugar, le cogí un miedo terrible y desde entonces no había gente buena que me cuidara; pero ahora ya estoy un tanto grandecito y con el susto que me hicieron pasar en la pila del pueblo, ya como que me curé. Eso espero, no volver a tomar más agua.
Ahora veo caras nuevas, porque mucha gente de otros pueblos vecinos, viene a divertirse. Don Marcelo, pone unas rústicas bancas estilo campesino; siembra árboles alrededor y también pequeñas matas que adornan el paisaje. La gente colabora en la limpieza de la represa y muchos pasan los ratos enteros embelesados, observando el maravilloso y acogedor sitio. Todos prenden fuego y cocinan los alimentos. A veces me acerco como haciéndome el que cuido de las cosas que aparentemente veo mal puestas, pero es con el fin de tocar el corazón de las personas para que me den una prueba de lo que comen. Hay días que me va muy bien ya que me desquito comiendo alimentos que para mí son verdaderos manjares; muy exquisitos por cierto y, después, me recuesto en el pequeño prado a dormir como un lirón.
Episodio 26
Mis primeros toques
Una de las cosas que sí me llamó poderosamente la atención fue cuando escuché decir a don Braulio, mi buen maestro, que faltaba una banda de música para el pueblo. Me puse muy contento porque a mi corta edad, ya pensaba en hacer sonar un instrumento musical y se me despertó más el interés, cuando comencé a mezclarme con los músicos del pueblo vecino. Hasta cometí una pilatuna con un soplador de esos, porque cogí un instrumento sin permiso, que era tan largo como un tabaco de unos marrones que fumaban a diario los campesinos y don Ananías, el tendero. Creo que ese aparato se llama clarinete, sí, decía; ahora recuerdo muy bien que era un clarinete. Yo lo tomé y me puse a soplarlo pero lo que hice fue llenarlo de saliva y no pude sacar ningún sonido. Yo pensaba que era fácil, pero no. Desde ese momento, empecé a valorar a estos excelentes músicos; pues ya se habían forjado su propio futuro, yo penaba. Creo que eso de tocar da plata, mucha plata y fuera de ser un maravilloso arte, también es una interesante ciencia.
Nos dimos a la gran tarea de conseguir la plata para comprar los instrumentos musicales, pero recuerdo que se formó un comité y de ahí nació la brillante idea de inscribir a las personas que les llamara la atención esta bella profesión.
Posteriormente se contrató al maestro del pueblo cercano y, en menos del tiempo previsto, ya habíamos logrado los primeros toques en el atrio de la iglesia, contratados por el señor Alcalde, don Marcelo, especialmente para tocar los domingos y días feriados que es cuando la gente sale de misa, y los recibíamos con una retreta de música colombiana. ¡Qué bello era todo esto!
Como yo aprendí a soplar no muy bien el clarinete, a veces lo hacía bien y otras, me salían unos tonos disonantes que causaban risa a las personas. Pero como era el más pequeño, me pasaban por alto esos detallitos.
Episodio 27
Día de júbilo nacional
Para un 20 de julio, todo el mundo salió a las calles con el fin de presenciar el magnífico desfile organizado por el señor Alcalde, las autoridades civiles y los establecimientos educativos. Nadie se quedó sin portar una bandera tricolor. Ese día, se elaboró un programa especial y el maestro Braulio, me escogió para que en representación de mis compañeros de escuela, le declamara un hermoso poema que él escribió. El poema a mi Patria Grande, es muy convincente y dice:
Mi patria
¡Qué bello es todo tu manto!
Episodio 21
Adelina trabaja con las mujeres
Adelina, decide colaborar con el médico; y para ello, establece como una especie de servicio social gratuito. Ella, trabaja con las mujeres y les enseña a hervir bien el agua, la leche, a tener la casa limpia y bonita, a aplicar inyecciones, a curar heridas, a coser y a tejer, a cuidar de los niños, a preparar mejor los alimentos y como es una mujer muy instruida, también les enseña medicina popular; a conocer de las plantas medicinales y decirles para qué sirve cada una de ellas, con las cuales se pueden defender con la cocción de bebidas mientras acuden al médico. Yo traigo a la memoria todo esto, porque a diario me enfermaba y mi abuela siempre me daba a tomar unas aguas que ¡Dios mío!, me hacían llorar por lo amargas que eran; pero eso sí, al poco rato de haberlas ingerido, ya estaba otra vez brincando como potro salvaje o como caballo sin brida.
Afortunadamente en los actuales momentos disponemos de un gran equipo de médicos y enfermeras que asisten a la gente con cariño y, apoyan toda obra de carácter social que redunde en bien de la comunidad. Gozamos de un buen servicio de Odontología, Rayos X, Bacteriología y otros. Ahora da gusto pasearse por estos lugares solo por ver a las enfermeras y a las doctorcitas que embrujan con su belleza todo el contorno del bien calificado hospital.
Episodio 22
Mejoramos nuestra habitación
Las habitaciones eran cálidas y construidas a base de paredes de tierra pisada; a veces se encontraban animalitos que brotaban del piso y que dañaban todo lo que encontraban a su alrededor. Yo oía decir que ellos destruían la madera y los libros, y entonces, como yo era tan preguntón, me enseñaron que es llamada comejenes u hormigas blancas. Por eso, los hombres mejoraron los pisos y las cocinas; pusieron ventanas para que entrara el aire y el sol libremente. Construyeron cuartos de aseo y letrinas tanto internas como externas y se preocuparon por las habitaciones. Yo pasaba los ratos ayudando. Claro está que por ser tan hablador, ni hacía, ni dejaba hacer, pero algo aprendí de mi taita.
Quiera Dios que algún día pueda corresponderle; de eso, estoy plenamente seguro. No importa que ahora sea desjuiciado, pero llegará el momento en que el Dios de dioses que todo lo puede, me haga ese milagrito de cambiar.
Así lo espero. Yo sé que nuestros queridos padres viven únicamente para nosotros y tenemos que brindarles mucha ayuda y con la misma moneda, pagarles porque ellos realmente lo merecen todo. Recuerdo que así decía él, y ahora, lo ratifico.
Episodio 23
Se estrena teatro
Don Braulio, sigue con sus reuniones y, esta vez, piensa en la construcción de un teatro para divertir a la gente de mi pueblo. Todos obsequian material y en acción comunitaria, pronto, muy pronto, la obra se vio terminada hasta el punto de inaugurarse con una pieza dramática en un acto llamada “Perdón y Olvido”, que el mismo maestro Braulio escribió y en la que participé representando el mejor papel que fue el de Dagoberto. Recuerdo que me aplaudieron mucho y me levantaron la moral; por eso y nada más por eso, lo voy a meditar repasándola de nuevo porque es de un contenido social muy hermoso y muy diciente. Al reflexionar, yo creo que esta linda y conmovedora historia, nos deja una hermosa enseñanza especialmente a nosotros los pequeños, porque nunca estaremos desamparados cuando somos buenos hijos con nuestros padres. Es que aunque ellos mueren, me refiero a Carlos y Elvira, protagonistas en la obra; Dios los sigue protegiendo por intermedio de sus almas que se aparecen con mucha frecuencia. Como Almita y Daguito eran sumisos, nada más por eso, lograron el amor, el afecto, el cariño y la custodia de su padre adoptivo, Carlos. Quiera Dios que los huerfanitos que aún estén desprotegidos, de ellos se acuerden los buenos corazones para que los acojan, los protejan y les brinden lo mejor: Mucho amor, mucho afecto y mucho cariño y, sobre todo, no los maltraten, humillen y aíslen, porque el de arriba, toma nota de todo lo malo y de todo lo bueno; y lo malo, lo castiga con mano fuerte.
Yo le sigo pidiendo a Dios que no me quite a mis queridos padres; pues ellos, se han portado muy bien conmigo y el día que llegase a acontecer, seguro que me voy a enloquecer. ¡Que no quepa la menor duda! Es que si tuviera una soga bien, pero bien larga, hasta me atrevería a lanzarla al cielo para castigarle la falta a mi querido Chuchito.
Episodio 24
Nuestro campo deportivo
Don Marcelo, como siempre, ofrece el terreno y se emprende una gran campaña para recolectar fondos con la finalidad de comprar los materiales requeridos. Nos pusimos en la tarea de realizar bingos bailables, bazares, rifas y reinados que fueron suficientes para empezar la obra. Todos los sábados y domingos, durante la mañana y, a punta de pica y pala, logramos coronar nuestros deseos.
Hoy asisten vecinos de otros pueblos al campo de deportes y se departe con inmensa alegría. Don Ananías, contribuye cada tres meses con balones para las prácticas y hoy día estamos muy bien representados con un equipo de fútbol del cual, yo formo parte activa. No sé por qué carajo, no me puedo estar quieto; reconozco que ahora dedico más tiempo al deporte que al trabajo y al estudio, y todo esto, me está trayendo problemas; sí, me está trayendo muchos problemas. Debo reflexionar y lo voy a conseguir porque cuando me propongo en emplear bien el tiempo libre, no hay enemigo malo para mí. Mañana mismo y con mucho entusiasmo, me dedicaré a recuperar el tiempo perdido, claro está, que cuando haya necesidad de meter la mano en cuestiones comunitarias, no vacilaré un instante en colaborar con la gente de mi pueblo. De eso estoy plenamente seguro.
Episodio 25
Maravilloso paisaje
Entre todos, construimos una pequeña represa en “Potrero Grande”, un sitio turístico cercano al pueblo. Así los niños y los grandes, tendríamos dónde ir a nadar, y yo, que casi juro que a ese sitio jamás volvería desde la última vez que me arrastró la condenada quebrada la “Portuguesa”, como diez metros abajo, y por poco, me voy de este mundo. A ese lugar, le cogí un miedo terrible y desde entonces no había gente buena que me cuidara; pero ahora ya estoy un tanto grandecito y con el susto que me hicieron pasar en la pila del pueblo, ya como que me curé. Eso espero, no volver a tomar más agua.
Ahora veo caras nuevas, porque mucha gente de otros pueblos vecinos, viene a divertirse. Don Marcelo, pone unas rústicas bancas estilo campesino; siembra árboles alrededor y también pequeñas matas que adornan el paisaje. La gente colabora en la limpieza de la represa y muchos pasan los ratos enteros embelesados, observando el maravilloso y acogedor sitio. Todos prenden fuego y cocinan los alimentos. A veces me acerco como haciéndome el que cuido de las cosas que aparentemente veo mal puestas, pero es con el fin de tocar el corazón de las personas para que me den una prueba de lo que comen. Hay días que me va muy bien ya que me desquito comiendo alimentos que para mí son verdaderos manjares; muy exquisitos por cierto y, después, me recuesto en el pequeño prado a dormir como un lirón.
Episodio 26
Mis primeros toques
Una de las cosas que sí me llamó poderosamente la atención fue cuando escuché decir a don Braulio, mi buen maestro, que faltaba una banda de música para el pueblo. Me puse muy contento porque a mi corta edad, ya pensaba en hacer sonar un instrumento musical y se me despertó más el interés, cuando comencé a mezclarme con los músicos del pueblo vecino. Hasta cometí una pilatuna con un soplador de esos, porque cogí un instrumento sin permiso, que era tan largo como un tabaco de unos marrones que fumaban a diario los campesinos y don Ananías, el tendero. Creo que ese aparato se llama clarinete, sí, decía; ahora recuerdo muy bien que era un clarinete. Yo lo tomé y me puse a soplarlo pero lo que hice fue llenarlo de saliva y no pude sacar ningún sonido. Yo pensaba que era fácil, pero no. Desde ese momento, empecé a valorar a estos excelentes músicos; pues ya se habían forjado su propio futuro, yo penaba. Creo que eso de tocar da plata, mucha plata y fuera de ser un maravilloso arte, también es una interesante ciencia.
Nos dimos a la gran tarea de conseguir la plata para comprar los instrumentos musicales, pero recuerdo que se formó un comité y de ahí nació la brillante idea de inscribir a las personas que les llamara la atención esta bella profesión.
Posteriormente se contrató al maestro del pueblo cercano y, en menos del tiempo previsto, ya habíamos logrado los primeros toques en el atrio de la iglesia, contratados por el señor Alcalde, don Marcelo, especialmente para tocar los domingos y días feriados que es cuando la gente sale de misa, y los recibíamos con una retreta de música colombiana. ¡Qué bello era todo esto!
Como yo aprendí a soplar no muy bien el clarinete, a veces lo hacía bien y otras, me salían unos tonos disonantes que causaban risa a las personas. Pero como era el más pequeño, me pasaban por alto esos detallitos.
Episodio 27
Día de júbilo nacional
Para un 20 de julio, todo el mundo salió a las calles con el fin de presenciar el magnífico desfile organizado por el señor Alcalde, las autoridades civiles y los establecimientos educativos. Nadie se quedó sin portar una bandera tricolor. Ese día, se elaboró un programa especial y el maestro Braulio, me escogió para que en representación de mis compañeros de escuela, le declamara un hermoso poema que él escribió. El poema a mi Patria Grande, es muy convincente y dice:
Mi patria
¡Qué bello es todo tu manto!
Se confunde con el cielo
Y con el mar, que es consuelo.
A ti, Colombia, te canto,
Porque yo te siento tanto
Como yo adoro a mi madre
Como yo añoro a mi padre
Que por patria ya me dieron
La que españoles perdieron.
La que españoles perdieron.
Colombia, tú eres mi madre.
Si yo regreso al pasado,
Me embeleso con tu historia
Que cubre de inmensa gloria
Lo que hizo el antepasado
Por custodiar lo ganado.
¡Oh, Colombia, yo te quiero!
Patria amada, que no hiero;
Soy tu hijo que prefiere
Dar la vida si así fuere,
Porque a ti, patria, te quiero.
Episodio 28
Ciudad envidiable
Si yo regreso al pasado,
Me embeleso con tu historia
Que cubre de inmensa gloria
Lo que hizo el antepasado
Por custodiar lo ganado.
¡Oh, Colombia, yo te quiero!
Patria amada, que no hiero;
Soy tu hijo que prefiere
Dar la vida si así fuere,
Porque a ti, patria, te quiero.
Episodio 28
Ciudad envidiable
Así pasan algunos años. Ahora mi
pueblo es una ciudad envidiable. Don Zacarías y sus campesinos producen más,
gracias a la tecnificación de cultivos, la gente está sana. Los niños son
fuertes y alegres. El señor Cura dice a don Fermín: ¡Cuánto se puede hacer si
nos unimos y nos ayudamos unos a otros!
Nuestra ciudad, inmenso regalo de
Dios, ya cuenta con colegios mixtos. El comercio ha mejorado ostensiblemente.
Las calles en su totalidad están pavimentadas y se ha convertido en una ciudad
turística por el clima y amabilidad de sus gentes. La iglesia, parque y
comercio, son lugares muy acogedores. Las vías de entrada a las veredas y a la
ciudad, totalmente mejoradas; Las mujeres, me atrevería a decir, son realmente
unas musas: coquetonas y lunáticas, entretenidas y dulces, recatadas y
piadosas, amorosas y muy tiernas, inteligentes y doctas, leales y sinceras y
todas bellas por igual. Lo digo yo, que las conozco muy bien porque no les
pierdo mirada ni pisada alguna.
Cuántos escritores han visitado
este hermoso municipio, pero todavía no conozco al primero que dedique parte de
su tiempo en escribir maravillas relacionadas con mi pueblo.
Colombia es un paraíso por donde
se le mire. Cada departamento, municipio, corregimiento con sus
correspondientes ciudades capitales y otras, son lugares que embrujan.
La Fauna y la Flora, son riquezas
envidiables ante los ojos del mundo. Dios nos ha dado un verdadero paraíso para
que lo disfrutemos y lo amemos cada día más.
Siento verdadera tristeza ver cómo
en pleno apogeo, en algunas regiones de Colombia, haya todavía municipios y
corregimientos sin agua, luz y alcantarillado, escuelas y colegios en mal
estado algunos; y, en otros, no hay absolutamente nada debido al desorden
natural o desórdenes del gobierno en tener esos sitios completamente
abandonados. O, ¿será que la comunidad de cada región, es perezosa y deja que el
tiempo pase y las obras mueran? No olvidemos que el tiempo es oro y no debemos
dormir sobre los laureles. Hay que trabajar por los pueblos, embellecerlos para
que surjan y haya vida cultural y social. Aparezcan los turistas y el comercio
en general, tome otros agradables rumbos. Mejorar las vías de acceso al
municipio es una obligación de la comunidad, y exigir al gobierno local, emplear
bien los dineros que maneja con manos de verdaderos hombres honestos. Que al
presentarse traslado o terminación de períodos de Alcaldes en los municipios,
sigan con el cuidado de lo que encuentran en perfectas condiciones, sin
realizar cambios bruscos, solo por malgastar los presupuestos; no, hay que
seguir las obras pero teniendo en cuenta que primero está la salud y el
bienestar de los ciudadanos.
Yo si quisiera que a los
principales dirigentes de mi pueblo, les erigieran sendos monumentos en
agradecimiento por todos los beneficios que de ellos hemos recibido.
Episodio 29
Braulio pasa al colegio
Braulio, mi buen maestro, como
que me sigue los pasos; ahora es profesor del plantel y me dicta clases de español
y Literatura. ¡Qué gran hombre! Yo lo admiro por su forma de ser: dinámico,
creativo, inteligente y muy comprensivo con sus alumnos. Lo digo yo, que lo
conozco desde la escuela. Yo quiero ser como él y espero no defraudarlo jamás.
Por voluntad de mis padres, me
interné en el colegio de mi pueblo cosa que yo agradezco, porque así, y todo,
estudio y cada fin de semana salgo a visitar y a dialogar con los viejos, para
referirles algunas de las peripecias de mi vida como estudiante interno. Bueno,
allí sí que he aprendido a comportarme mal. Yo callo lo malo a mis padres para
que no me reprendan bruscamente. Sé que lo hago muy mal pero muy mal, y, todo me
ocurre por culpa de algunos amiguitos que saben más que yo. A veces, me vuelo
del internado; llego tarde a él, participo de ciertas pilatunas como lanzar
chancleta, zapatos viejos, esconder los objetos y hacer “recocha” con los
compañeros en el dormitorio, vestier y baños, pero también he tenido que
recibir castigos fuertes del Director de Internos y de mis Superiores. He
estado a punto de ser expulsado del colegio; lo digo con vergüenza pero como
soy un muchacho activo, quizás por eso, es que me he salvado. Estas cosas no
las debemos practicar. Nos quedan muy mal.
Pero es que cada vez que recuerdo
esas absurdas pilatunas que hacía, y claro, porque yo estaba enseñado a vivir
libre como las aves, por eso y, nada más por eso, yo le echo la culpa a mi
estado de ánimo de verme ahí encerrado, como que sentía un placer desmedido y me
llenaba de gozo. Es el caso de doña Nicolasita, la aseadora del colegio, que ya
era una señora de edad avanzada, tenía su cabellera que parecía un copo de
nieve en sus sienes y la frente como un acordeón, y debido a los años, ya caminaba
con mucha dificultad. Deberían jubilarla para que pasara sus últimos años en
casa rodeada de la familia y descansando de tan duro trabajo y, ni aun así, con
estos espejos que nos depara la vida, yo quiero ajuiciarme para no tener que
depender de los demás. Decía yo: No lo prometo, pero trataré de cambiar y yo sé
que lo lograré tarde que temprano.
Nicolasa es de un genio peor que
el de la hija de don Ananías. Por nada lo vive regañando a uno y un buen día,
bueno, reconozco que eran varios, sucedió que ella siempre acostumbraba llenar
los baldes de agua y los dejaba en un sitio alejado mientras trapeaba el piso,
y yo, era tan malo que fui en silencio, tomé el balde y lo escondí; cuando ella
regresó y notó que éste no estaba, se enfureció hasta perder los sesos, porque
lanzaba unas expresiones que ¡Dios mío!, y yo, era muy de buenas, puesto que
nunca me castigaron por estas maldades que jamás debí cometer. Los castigos nos
los aplicaban en forma colectiva porque al Director de Internos, le quedaba
grande investigar estas faltas de disciplina.
Yo pienso que la labor de un
maestro es sagrada. Él tiene que enfrentarse a toda clase de situaciones y saberlas
resolver.
Debe ser todo un pedagogo y
revestirse de mucha paciencia para poder comprender a sus alumnos; de lo
contrario, puede ser un fracaso. Yo, para estas cosas, sí no serviría, porque
soy de un genio que ¡Dios mío!, ni yo mismo me lo aguanto. A veces cuando tengo
ratos libres medito profundamente sobre todo aquello que corroe el alma y me
doy golpecitos en el pecho y digo: No lo acepto debo cambiar y tengo que
cambiar; de eso estoy plenamente convencido. Mi maestro Braulio se daba cuenta
porque los profesores amigos, lo enteraban de lo que yo hacía en el internado y
lógico que me llamaba y sus orientaciones eran como si las recibiera de mi
taita. Vivo eternamente agradecido con mi apreciado profesor Braulio.
Episodio 30
Un caso conmovedor
No sé, pero de tanto recordar
pasajes de la vida real y de las muchas y diferentes interpretaciones que ha
realizado mi mente, a pesar de mi corta edad, siento que se encoge el corazón
de tristeza, y más, cuando me da vueltas en el cerebro la nostálgica pero a la
vez, la brillante historia de Paolita que no me canso de pensar, recordar y
comentar:
Cuentan que ella era aún muy
niña; contaba con escasos diez añitos, cuando se fue de la casa. Salió una
mañana de aquellas toldadas de neblina y con una temperatura por debajo de lo
normal. Todo, por falta de comprensión de sus padres que eran extremadamente
rígidos según cuentan, y que por nada le castigaban. Jamás le decían palabras
dulces y tiernas sino un lenguaje soez, que como siempre, no conducía a nada
bueno. ¡Qué tal…! Y eso que era la primogénita, decía. Ella aprovechó que los
viejos se encontraban profundamente dormidos y dominados por el cansancio; pues
esa noche, se acostaron bastante tarde como cosa curiosa porque su padre, muy a
las cuatro de la mañana, ya se le veía abandonar la choza, vestido como siempre
con su ropa tradicional de trabajo y con las herramientas necesarias para
labrar ese pedacito de tierra que continuamente le hacía producir lo que podría
llamarse el sustento cotidiano. Su madre, pobrecita, siempre pegada de la
cocina, dale que dale al manubrio de la moledora de maíz, para alistar las
arepas del día.
Así fue como ella se pudo zafar
de esas terribles garras inhumanas, aunque eran sus padres, para caer luego en
manos de la soledad, el desamparo, el hambre y la mendicidad que se fueron
apoderando de la niña Paola. Dicen quienes la vieron, que recorría calles
enteras y por las cuatro venas principales de la ciudad de Bogotá. Tocaba de
puerta en puerta, solicitando un mendrugo de pan o de algo que le saciara el
hambre; unos corazones eran tiernamente bondadosos; otros, no. A veces le
hacían pasar, pero no podía seguir del quicio de la puerta. Por ahí, en un
rincón de esos, angustiada, se sentaba a esperar que los mayores acabaran para
recoger de todos los platos, los posibles sobrados que quedaban.
El trato que reciben los mendigos
es de verdadera lástima, decía. Así pasó un año sin mancharse las manos con
cosas ajenas. Prefería pedir antes que cometer errores; parece que el Ángel de
la Guarda, le seguía por doquier. Eso sí, no podía hacer nada sin antes
razonar; pues lo que se hereda nunca se olvida, decía. Y sus padres, todo
sería, pero no se acostaban hasta no hacer la oración. Es lo único bueno que
recuerda de ellos, comentaba. Una vez, se le vino a la memoria un pensamiento
como venido de Dios. Se propuso ser algo en la vida. Pero… ¿Cómo? Se
preguntaba. Se sentía incapaz de regresar a su casa porque temía un mal
desenlace. Entonces se hizo la siguiente pregunta: ¿A esta edad que tengo, si
podré trabajar? ¡Caray, pues cómo no!, si ya tengo suficientes fuerzas y sé muy
bien cómo hacer el papel de niñera, lo mismo que el de patinadora, o por qué
no, como el de criada, decía para sí. Un día cualquiera decidió pasar de casa
en casa solicitando puesto para lo que fuese. Le veían muy niña, haraposa,
descalza y mocosa. No creían mucho en Paola. Fue un primer intento desastroso
que por poco se arrepiente, pero como la constancia vence lo que la dicha no
alcanza, al siguiente día, se propuso continuar buscando trabajo como si ya
fuera una persona madura y con algo de responsabilidad.
Por fin corrió con suerte; eran
las cuatro de la tarde, angustiada, con mucha hambre y con un frío que
estremecía su delicada humanidad, pues ya caminaba con dificultad quizás por debilidad,
cuando de pronto ella vislumbró allá a lo lejos, una fina residencia y no
acertaba si acercarse a ella o no. Parecía como si alguien le empujara como
queriéndole decir que ahí se encontraba su hogar, su dulce hogar. Primero,
contempló el panorama; era maravilloso, decía. Observó con mucho empeño aquella
preciosa casa cuyo antejardín estaba adornado con flores de múltiples colores y
como imanada por los espíritus angelicales, se fue acercando pero a la vez, iba
meditando sobre la suerte que podría correr. Hizo uno y otro intento por acercarse
a llamar desde la puerta de entrada. Como ella ya había experimentado sin
obtener resultados satisfactorios, le daba la impresión que podría fracasar de
nuevo, pero por fin se decidió y timbró; de repente, salió una señora muy bien
presentada que hasta llegó a pensar, era la dueña de casa. La saludó y le
comentó a grandes rasgos lo que le quería solicitar. En ese momento, justo en
ese mismo momento, apareció otra señora que se le acercó y comenzó a observar
algo extraño en ella. La miraba por todas partes, pero sin decirle nada; lo
único que notaba en ella, era como un vehemente deseo de acariciarla, pero en
la forma como Paolita estaba vestida, se lo impedía.
Así duró unos segundos hasta que
la tomó de la mano, la llevó a una pieza muy elegante que también tenía baño
privado y que parecía como si hubiera sido destinada a una de sus hijas. Estaba
provista de una preciosa cama, una lámpara que iluminaba este sitio acogedor;
zapatos nuevos para su edad y sobre todo, muñecas de todos los tamaños.
¡Qué elegante era todo esto que
mis ojitos veían y qué derroche, Dios mío! Comentaba. Se sentía atraída por
todo aquello que sus pupilas admiraban, pero a la vez, se desanimaba de pensar
que solo era una simple ilusión. Aquel silencio se interrumpió y apareció la
dulce, buena y querida señora con su voz quebrada, cubierta por un mar de
lágrimas que brotaban de esos primorosos ojitos y que le bajaban lentamente por
sus delicadas mejillas. Parecía la Dolorosa, decía. En ese instante, la noble
señora le refirió la triste historia de su única hija. Había muerto igual que
su padre, en un terrible accidente. Fue tanto el impacto, que a Paolita se le
nublaron sus ojos. Ella recordaba a sus padres y por un momento, quiso regresar
a su humilde hogar.
Sentía como si se le hubiera
atravesado algo en la garganta; se le formó un nudo en ella que no le dejaba
articular sonido alguno, para consolar también a la pobre señora que lloraba
como nunca pero dudaba si era de felicidad o de tristeza por lo que le había
sucedido a su adorada hija o quizás por haber asociado mi parecido con ella,
decía.
A la delicada señora, no le
importó el estado en que la niña se encontraba; ella le contó a la señora su
situación, y cada frase que pronunciaba, le hería el alma a esta pobre mujer
que le brindó calor, ternura y toda clase de ayuda para que se convirtiera en
una chica ejemplar, es decir, obediente y de buenos modales, pero debía vivir
allí y someterse a sus órdenes.
Esa noche se duchó. La ropita que
llevaba puesta fue a dar al cajón de la basura, decía. Sacó del armario de su hija,
varios vestidos, le dijo que se midiera uno a uno, y por último, escogió el que
más le agradó.
También le consiguió unos zapatos
que usaba la niña; no eran viejos, dijo. Estaban como recién comprados. ¡Qué
tan linda! Decía. Era el puro retrato de su hija. Esto hizo que le acogiera
como su primogénita.
De ahí en adelante, comenzó para
la niña Paolita, otra etapa más de su vida, llena de interrogantes.
Paolita pasó el resto de año en casa con la señora. No le
dejaba hacer nada pero ella quería ayudar para aprender rápido los oficios de
la casa. Paolita vio después la imperiosa necesidad de imponerse, de ser algo
más en la vida. Fue entonces como dedicó días enteros al lado de la extraña
señora, que vio en ella a una niña preparada e inteligente, para aprender a
leer en una cartilla “Alegría de Leer” que encontró y que le llamó la
atención quizás por sus imágenes y su contenido pedagógico. Salió excelente
alumna y al siguiente año la matriculó en uno de los mejores colegios de la
ciudad. Pasó la primaria sin perder un año. Paolita se encariñó tanto con
Rosarito, que de un momento a otro, resultó diciéndole mamá Rosario; ¡Qué bella
y encantadora era esta palabra cuando se la pronunciaba!, comentaba. No hallaba
qué hacer con la niña. De ahí en adelante, fue tanto el amor que le brindó, que
nunca vaciló en hacerla su hija. De inmediato, se dirigieron a la Notaría y
ante testigos, la reconoció como hija adoptiva con todas las garantías de hija
legítima, hasta hacerla heredera de todos sus bienes.
Posteriormente, la matriculó en
un establecimiento educativo, donde terminó el bachillerato; pasó luego a la universidad
donde más tarde obtuvo el título de Abogada en Derecho y Ciencias Políticas.
No quiso ejercer la profesión y
se dedicó más bien a velar por esta adorable mujer, que con el correr de los
años, fue perdiendo su salud; se veía muy aniquilada y murió a causa de una
trombosis. No valió que Paolita la pusiera en manos de los mejores
especialistas de la ciudad. Paolita la quiso mucho; al fin y al cabo, era su
madre, decía. Le prometió en vida, que iría con mucha frecuencia a visitarla a
su última morada para rezar por su alma pura y noble. Porque jamás olvidaría
los buenos consejos y ese trato afable que siempre le dio.
Paolita meditó mucho acerca de
sus padres. Nunca los borró de su mente y nuevamente al quedar sola, no
resistió el deseo de encontrar a sus viejos queridos, comentaba. Empezó a
visitar su pueblo natal. Ella preguntaba por los nombres de Ambrosio y Alicia,
que era lo único que recordaba puesto que ya había olvidado sus apellidos.
Insistió tanto como una buena profesional del derecho, que por fin dio con el
paradero de ellos. Vivían en una pequeña parcela con sus dos hijos que
oscilaban entre los dieciséis y los dieciocho años de edad. No había duda
alguna que eran mis verdaderos padres y hermanitos, decía con mucha alegría. No
resistió más. Se comunicó con ellos; dialogaron largamente. Les confesó su
triste, pero a la vez, feliz historia y sus padres y hermanos quedaron
profundamente sorprendidos y conmovidos por tan maravilloso encuentro. Desde
ese mismo momento, juró ayudarlos. Los llevó para la capital, Bogotá, y los
puso a vivir como reyes. Al comienzo, fue muy duro para ellos, puesto que
estaban aferrados a su terruño.
Sus hermanos ingresaron al
colegio, terminaron el bachillerato a regañadientes, porque ya estaban
metalizados; no quisieron seguir estudios superiores puesto que ya querían
dedicarse a los negocios. En la parcela de sus padres, Paolita levantó una
hermosa casa de recreo e hizo de ellos una familia feliz dándoles una vida
tranquila y llena de mucha paz.
Episodio 31
La desdicha de perderlo todo
Otro caso que me ha llenado el
alma de congoja, es la historia que me refirió Jacinto, un buen vecino de mis
padres, que desde que lo conozco, siempre ha vivido solo, porque tuvo la desdicha
de perderlo todo. No sé. No puedo guardarle más este secreto a mi apreciado
amigo que siempre me da consejos de padre para que no me quede ignorante y no
vaya a ser que a mí me pueda suceder lo mismo que a él, por andar sin juicio.
Esto siempre me lo repetía día y noche.
Por éste y otros motivos, que no
vienen al caso recordar, es que me ha dado por estudiar más últimamente, para ser algo en la vida.
A Jacinto, siempre lo veo muy
abatido, y yo, le tengo mucha lástima; me compadezco de él, y por eso, es por lo
que paso ratos enteros haciéndole compañía. Él siempre empieza por referirme su
dolorosa historia con un juego de palabras que yo aún, no alcanzo a comprender
cuando dice: “Yo le debilité el alma a Marinela Tapias, más tarde se la
vigoricé casándome con ella, pero Dios, de todas maneras me la quitó”.
Feliciano y Domitila, sus padres,
la educaron como lo manda el del más allá. Recuerdo cómo era de tímida, decía
Jacinto. Daba gusto ocupar la vista en la niña Marinela y eso que yo todavía
era un pipiolo.
Su padre siempre acostumbraba
llevarla al pueblo para que le colaborara en la venta de los productos
agrícolas que sacaba al mercado y posiblemente para que cambiara de ambiente y
conociera la ciudad, comentaba.
Ya se le empezaban a pronunciar
los senos y a parecerse en sus finos modales a su esbelta madre. Ella era
también una hermosa mujer porque en el campo eso es lo que abunda. ¡Lástima que
algunas no corran con buena suerte! comentaba: mi corazón brincaba de contento.
A la niña Marinela, yo la quería mucho y cuando la veía, sentía que la piel se
me recogía y no hallaba qué hacer, decía. Cuando mis ojos se metían en ella
para describirla, descubría en mí, unas ansias locas de estrecharla toda contra
mi pecho, llevarle mis manos a sus delicadas mejillas, desearla o desaparecerla
de mi lado; pero era imposible piropearla porque su taita no lo permitía. Era
un hombre sano y muy enchapado a la antigua, decía.
Me hice conocer de la niña
Marinela, por un simple recado que le envié con unas amiguitas del pueblo. No
sé qué diablos pasó, porque desde entonces no se dejó ver más la cara,
comentaba. Estoy seguro, tuvo que haber sufrido una gran pesadilla cuando se
enteró que yo quería ser el dueño de su corazón. Eso sí, éramos unos pipiolos
que apenas nos acercábamos a los once años; es decir, cuando todavía ni
siquiera nos había sanado el ombligo para ser más exactos; al pensar en esas
cosas, como a diario le oía pronunciar a mi padre, que en paz descansa.
No sé, decía Jacinto, mi amigo.
Desde esa vez, empecé a observar que a su taita, siempre lo veía solo en el
pueblo ¡pobre don Feliciano! Ya nunca más encontró con quien dialogar cuando
emprendía viaje por aquel áspero camino de herradura.
Papá sol, se enfurecía demasiado
con aquella región y por purita maldad, lanzaba ráfagas luminosas acompañadas
de aire incandescente especialmente durante los meses de julio y agosto, porque
chocaban bruscamente contra las piedras, produciendo un desespero irresistible,
en el cuerpo de las personas que trajinaban por aquel terreno enriscado, decía.
Yo sabía que la niña Marinela se
quedaba allá abajo en la finca “La Merced”, al amparo de su madre y por este
motivo, mi corazón también se alegraba; desde luego, sabía que doña Domitila
procuraba lo mejor para sus hijos y preferentemente sentía gran aprecio por su
hija puesto que era la única mujer de ocho que parió. La niña Marinela, era la
quinta de la camada y como dicen los mayores, que “dizque no hay quinto malo”,
yo de eso me pegué por simple agüero. Mi taita siempre me metía en la cabeza,
que cuando fuera a emprender cualquier clase de negocio o algo que me
interesara, siempre pensara en función de lo supersticioso; por eso, solo por
eso, fue que me enamoré de esta simpática mujer.
El hombre y la figura de la niña
Marinela, me taladraba el alma día y noche. ¡Quería verla!; como no podía
aparecerme solo, primero, porque no era amigo de la familia Tapias; segundo,
porque si es cierto que alguna vez fui a la finca, lo hice siempre acompañado
de varias de mis amiguitas; y, tercero, porque en aquella época, no conocía
todavía los secretos del amor, ni recuerdo haber visto a la niña Marinela.
Debió ser que estaba mortificando
la preciosa vida como suele suceder, aprontando leña o desarrollando trabajos
pesados que solo los dejó Dios para las criaturas mayores.
El día sábado, los campesinos se
reunían en la esquina de la tienda de don Severino el “Logrero”. Allí, ofrecían
los productos que sacaban a la venta; la gente acudía reverente para proveerse
de los alimentos necesarios con el fin de proporcionar al organismo la materia
y la energía que se requieren para mantenerse con vida. Yo siempre esperaba
impaciente a don Feliciano Tapias en aquel lugar, porque también sabía que como
buen agricultor, traía sus cosechas y las vendía a precios realmente módicos.
Todos los productos los vendía muy rápido; pues él tenía la paciencia de Job y
era un hombre muy apreciado en el pueblo. Vivía muy contento con la clientela
que tenía; siempre se le escuchaba decir.
Faltaban unas cinco cuadras para
que don Feliciano llegara al sitio donde me encontraba. Lo alcancé a divisar y
me cogió una maldita tembladera por todo el cuerpo que no hallaba qué hacer. Él
traía de cabestro al compañero de siempre, un caballo moro que por lo viejo se
le vía caminar con pausado paso, lento como de tortuga; lento, lento como ha de
ser nuestro pensamiento en este mundo lleno de incertidumbre y de dolor; y con
qué dificultad levantaba sus remos; la cabeza se le inclinaba con gran
facilidad. ¡Qué pesar!, digo yo. Ya los años se estaban apoderando de ese manso
animal, o sería porque se encontraba resentido por el mal trato que su amo le
daba, ¡vaya Dios a saber!
Aproveché los preciosos minutos;
puse a funcionar mi intelecto, pero el cerebro pareciera enfermizo. No me
respondía. Clamaba al cielo pidiendo ayuda para que llegara a mi mente una idea
con la cual pudiera atraer a Don Feliciano, pero nada. La caja encefálica no
trabajaba. Era un papel completamente en blanco. Por momentos me daba rabia y
toda la culpa se la cargaba a mi pobre taita que harto me jodió para que yo
aprovechara el tiempo en la escuela, pero nada.
Por mero bruto, y testarudo no
quise recibir sus buenos consejos y nada más por eso, no podía coordinar
palabra alguna que me capacitara para conversar con este venerable anciano
digno de todo respeto, comentaba.
Tanto que me recomendó mi Santa
Madre a la señora Petronila, la maestra bondadosa, afable, de gran capacidad
para discernir y una excelente pedagoga que dedicaba todo su tiempo enseñándome
cosas maravillosas de la vida, para que yo fuera a pagar tan mal, decía.
Por fin llegó don Feliciano; lo
saludé cortésmente como lo ordenan las normas de urbanidad y él muy amablemente
respondió mi saludo. Esto, decía, me llenó de entusiasmo. Recuerdo ahora aquel
encuentro como si todavía lo estuviera viendo. Le ayudé a descargar; traía lo
de siempre: plátano y yuca; dos productos frescos, los más comunes que se dan
en la región; desenjalmé, llevé el caballo a un estanque de donde saqué agua
para darle de beber y luego lo pasé a la pesebrera para que se revolcara lo
suficiente y recobrara las fuerzas de su agotadora jornada. Ese amor que yo
sentía por los animalitos era cosa abrumadora, mejor dicho, todavía los amo, decía.
Don Feliciano agradecido, me
ofreció una gaseosa que me la tomé con qué gusto mientras él se pegaba de una
totuma de guarapo, no fue una sino tres, decía. Ambos, congeniamos y seguimos
dialogando de cosas sin sentido. Lo que quería era conversar para que me
llevara a conocer su finca y de paso, me contratara como obrero, porque en el
momento no estaba estudiando y sólo me dedicaba a vagar por las pavimentadas
calles de mi pueblo.
El alma de mi taita hacía un año
que se había escapado al cielo y como era el único en la casa, debía responder
por mi querida y adorada madre, una pobre ancianita, que con gran esfuerzo y
ayudada por un bordón, apenas caminaba como para calentarse y volver luego al
sitio de recogimiento y postración, debido a que ya no resistía estar de pié.
¡Qué Dios se acuerde de nosotros los dos! No sé. Esta frase la solté de mis
labios justamente cuando le hablaba a don Feliciano. Él me interrogó nuevamente
y fue entonces cuando le conté mi triste historia.
Recuerdo tanto que sin reparos,
ahí mismo, me dijo que fuera a buscar la ropa y que me esperaba, porque quería
ayudarme. Don Feliciano tenía un corazón bueno; se le notaba a leguas. ¡Qué
contento me puse! Salí en estampida hacia la casa; le conté a mi madre y ella
también sintió gran alivio porque ya no íbamos a sufrir más. Así fue como
empaqué la mudita de ropa en una caja de cartón. Saqué del bolsillo unos pesos,
por cierto eran pocos; los había conseguido con ayuda de Dios y se los entregué
a mi vieja querida, para que se defendiera con ellos mientras regresaba. Le
besé la mejilla izquierda y ella me apretujó fuertemente contra su delicado
cuerpo.
También me besó, me dio una gran
lección de moral y, por último me bendijo para que Dios siempre me protegiera
de todo mal y peligro.
Por fin emprendimos el viaje. Ya
con la tardecita, caímos a la casa. Era un viejo y destartalado rancho construído
con madera y teja de barro, con sus paredes blancas y derruídas por la fuerte
brisa que pegaba y arreciaba con ímpetu, pues estaba ubicado entre dos ramales
de la quebrada “La Bruja” que por cierto cuando crecía, la familia Tapias tenía
que mudarse a otro sitio más elevado para evitar una mala jugada de las dos
corrientes de agua.
Tan pronto llegamos, la niña
Marinela, alegremente, salió al encuentro de su padre, sin imaginarse que
alguien le acompañaba, pero al verme, ella regresó rápidamente a ocultarse
donde yo no la pudiera ver.
Yo creo, porque estaba mal
vestida, pues no puedo callar; yo le alcancé a notar cómo se le mecían los
delicados senos que brillaban con las líneas de luz provenientes del sol y
saltaban de contentos cuando vieron a este su futuro príncipe azul, deslizarse
por aquel duro pedregal; llegué muy cansado. Me recosté sobre una de las vigas
del corredor de la casa. Tenía razón, la niña Marinela, de no haber vuelto al
pueblo. El terreno era demasiado quebrado, pendiente y se ufanaba de tener
largas y agotadoras jornadas.
Doña Domitila me preparó limonada
mientras servía la comida. Pronto me familiaricé con esta buena mujer
agraciada, como su hija, pues reflejaba ser dulce, suave y cariñosa como mi madre.
Eso se notaba a simple vista.
La niña Marinela, se dejó ver de
mí, pero bien entrada la noche y eso porque necesariamente debía pasar por el
sitio donde me habían arreglado la cama; por cierto, me quedé en el suelo que
olía a podrido como podrido ha de ser nuestro cuerpo. Quedé completamente mudo
y embelesado cuando vi pasar a Marinela. Por un momento me alegré, pero no la
volví a ver más. Esa noche no pude pegar los ojos. Se me venían cosas como un
presentimiento de algo fatal.
Ya, al amanecer, me quedé
profundamente dormido y fue entonces cuando soñé que yendo con mi madre por un
agosto y liso camino de herradura, debido al intenso invierno, muy cerca de donde estábamos mi madre y yo, vi a un monstruo que tenía cabeza de
ser humano, tronco de elefante, cola de dinosaurio y cuatro remos de caballo.
Era horrible ver esa conformación física; era tan raro eso, que de su boca salían
llamaradas de humo fétido, como fétido ha de ser nuestro aliento; por ratos,
parecía una masa de nieve sobre el camino.
Mi madre no lo había visto, ni lo
vio. Como yo no pude resistir mi silencio y mi tremendo susto, de súbito, lancé
un grito de terror y mi adorada compañera, de los nervios, se salió del camino
y quedó colgada de un arbusto. Sujetándose con sus delicadas manos. Sólo por su agilidad
logró salvarse o, si no, a ese abismo hubiera ido a parar. Hasta aquí recuerdo
lo del maldito monstruo porque luego me desperté y solo en mi mente, quedó plasmada
para siempre la asquerosa figura de ese quimérico animal.
Con el alba, don Feliciano, me
levantó para que con sus dos hijos mayores fuéramos a traer las cuatro bonitas
vacas de ordeño. Cuando regresamos, ya nos tenían una buena taza de café para
que calentáramos nuestros cuerpos mientras se acercaba la hora del desayuno y
luego nos preparáramos para emprender las nuevas faenas del día. Ya estábamos
listos para salir de la casa cuando de repente apareció un viejo amigo mío, que
lo noté muy fatigado y, con muestras de gran tristeza en su rostro, me traía
malas noticias. Fue entonces cuando sentí el pálpito de mi madre. Ella había
muerto, según él, la noche anterior, a consecuencia de una maligna enfermedad
que le había martirizado día y noche. ¡Quedé de una sola pieza y no sabía qué
camino coger!
¿Por qué Dios mío, permites todo
esto? ¡Más vale no haber nacido! Mi corazón se partía en mil pedazos; perdía el
conocimiento por unos momentos, luego seguí divagando.
¡Qué pérdida he tenido Dios mío!
¿Por qué has sido tan cruel conmigo al haberme quitado al ser más perfecto del
mundo? ¿Pero qué mal te he causado para que me hayas dejado huérfano en este
mundo donde no hay paz y en donde siempre impera el hambre, la desolación y la
muerte?
Haciendo reminiscencia, las
anteriores frases las pronuncié con furia. Las lágrimas no demoraron en brotar;
se me inundó la cara y ni tiempo tuve de despedirme.
Salí como loco y no supe cómo
devoré el camino, ni a qué horas llegué al lecho donde estaba el ataúd que
guardaba frío, el cuerpo de mi amantísima madre. Me arrojé sobre ella, la lloré
con frenesí y maldije a Dios para siempre, pero ahora me arrepiento de eso.
Le dí Santa Sepultura con la
ayuda generosa de toda la gente de mi pueblo, la lloré como nunca y no quise
regresar al lecho que me vio nacer, decía.
Me entregué a los vicios; recorrí
mundo. Olvidé a la tal Marinela porque no quería saber nada más de ella. Sabía
perfectamente que ella había sido la causante de todo. Mi madre no hubiera
muerto de esa enfermedad porque lo cierto es que contábamos con un gran médico
que era también mi amigo.
¡Estoy seguro que él la hubiera
salvado! Así pasaron los años, veinte, treinta, qué se yo.
De pronto, se me vino a la
memoria nuevamente el nombre de Marinela Tapias, entonces comencé a recordarla
y a preguntarme: ¿Qué será de ella? ¿Todavía pensará en mí, o ya, se habrá
casado? No toleré más la tentación; regresé a mi pueblo natal, a lomo de mula,
porque aún no había llegado la carretera por falta de iniciativa de la
comunidad o quizás por negligencia de los políticos de oficio.
Me hice a la tarea de interrogar
a cuanta persona me encontraba por el camino, pero nadie me daba razón de la
familia Tapias. Por momentos creí que se los había tragado la tierra. Yo tomaba
en demasía para disipar las penas. Vivía de café en café jugando a las cartas
con mis amigos.
Una noche, como son las cosas;
entré a un bar de mala muerte, pedía una cerveza y de repente, se presentó una
damisela por cierto muy bonita. Se sentó a mi lado y ordené le sirvieran un
ron. Me pareció sencilla y muy amable; conversamos de todo un poco y esa misma
noche le pregunté por su nombre y me respondió que se llamaba Marinela Tapias.
Para mí, fue una gran sorpresa y ella notó cuando yo cambié de aspecto, pero me
hice el que no sabía nada, con el fin de seguirla interrogando para que me
contara toda su historia.
Efectivamente, era la niña
Marinela, como yo amablemente la llamaba. Aquella hermosa niña que conocí en la
finca “La Merced” y a quien le había echado la culpa de la muerte tempranera de
mi madre que en paz descansa.
Continuamos dialogando sin
demostrarle que había sido el muchacho de sus sueños de infancia. De pronto,
prorrumpió en llanto y tuve que consolarla.
Se recuperó pronto y continuamos
dialogando; un poco triste, me refirió lo de mis amiguitas con las que había
enviado un recado de amor y también muy deprimida, me comentó la muerte de mi
madre y, que desde ese momento no había vuelto a ver a aquel joven apuesto de
quien se había enamorado locamente, incluso, lo esperó por espacio de diez años
pero todo fue inútil, comentó. De aquí en adelante, comenzó el viacrucis para
Marinela, en el mismo instante que vio desmoronarse todas las ilusiones, En la
casa ya no la aguantaban y una noche de tantas, resolvió volarse para siempre,
con tan mala suerte que dio con un tal Bartolomé, que era el tragamujeres de la
región.
Fue presa fácil: la engañó y
quedó embarazada. Trajo al mundo un hermoso niño, que fue creciendo con todos
los cuidados sin que se enterara quién era su propio padre porque éste tenía
muy mala reputación en toda la región. Afortunadamente y a buena hora lo
mataron. Me arrepiento de decir esto, ella comentaba.
De ahí en adelante, Marinela
comenzó a entregarse a cuanto hombre le admiraba hasta convertirse de la noche
a la mañana en una verdadera “piruja”, dijo. Marinela terminó de contarme las
peripecias de su vida. No pude callar y, tuve que descubrirme ante ella.
A esta pobre mujer que por culpa
mía, se había desviado de lo normal, le conté que yo era un hombre solo, que
había perdido desde muy temprana edad a mis padres, y por este motivo, también
me había entregado a los vicios, a vagar por el mundo para matar las penas
porque el espíritu de mi madre y el de la niña Marinela, estaban acabando poco
a poco con mi ser.
Ambos entendimos la situación. Yo
le propuse matrimonio, así y todo, porque me nació quererla, pero la única
traba era su hijo. Yo sin embargo no tuve inconveniente en aceptarlo, reconocerlo
como hijo y darle mi apellido. El niño Jacinto, se acercaba a los once años de
edad, coincidiendo con los años que Marinela y yo teníamos cuando nos conocimos
por primera vez.
Marinela, en recuerdo del primer
novio que tuvo a temprana edad, quiso bautizarlo con mi nombre, llevándome
tremenda sorpresa. Nos casamos sin pensar en el qué dirán.
Fuimos muy felices hasta el día
en que por desgracia y por pura maldad, el Dios de dioses, el que todo lo
puede, me los quitó a los dos, en un fatídico accidente, pero de todos modos,
los amaré por encima de todo y sobre todo, para siempre. Yo, en cambio, ni paz ni
sosiego tendré hasta cuando mi alma se aparte de esta inmensa e inmunda mole,
también creada por Dios, de quien he vociferado tanto y por esto, me siento muy
arrepentido y pido de rodillas mi perdón.
Hoy, estoy derrotado y muy
abatido por todo lo que me ha sucedido en la vida y espero irme pronto para
unirme con los míos allá en el infinito, terminó diciendo Jacinto.
Reflexión.
He meditado mucho acerca de lo
que le aconteció a Paolita, gracias a los buenos oficios de su madre adoptiva,
Rosarito, una buena señora que representa a todas las madres del mundo. Lo
mismo que el relato de Marinela y Jacinto. Yo creo que estos casos se viven a
diario no solo en mi pueblo sino en todo el universo.
Esto no debe ser así. Niños que
desamparados por el mal trato de sus progenitores, se ven obligados a buscar
desde muy temprana edad, salida de sus propios hogares.
No brilla el calor humano, que
todo padre por bueno o malo que sea debe ofrecer a sus hijos. ¡Gracias a Dios!,
que mis padres me han dado un trato especial y me han conducido siempre por el
recto camino de la vida. Reconozco sí, que he sido duro y de carácter agrio con
ellos, pero así y todo, los quiero de verdad y anhelo ser grande para apoyarlos
en todo, cuando así lo requieran las circunstancias.
Yo si quiero que en mi país reine
la paz en todos los lugares: en el hogar, en el trabajo, en el campo y que los
hombres de buena voluntad quieran a los niños y a los adultos y que no se siga
regando una sola gota más de sangre como consecuencia de la violencia urbana y
rural que es la que brutalmente nos azota.
¡Pido al Dios de Colombia que nos
proteja y nos haga grandes ante la faz del mundo! Solo me queda pensar en
terminar mis estudios de bachillerato, ingresar a la universidad, con la ayuda
de mis padres, y, proyectarme un futuro mejor, para servirle a mi querida
Colombia y en especial a mi pujante pueblo que gracias a don Braulio, mi
maestro, que nunca olvidaré y que siempre lo llevaré en un lugar privilegiado
de mi corazón.
Con ayuda de toda la comunidad, logramos
revivir a un pueblo que estaba inerme y sumido en un gran abandono y ahora
estamos felices por esta magnífica obra emprendida con verdadero amor y tesón
en beneficio de todos.
Hoy en día, llueven los turistas
de todas las partes del país; nos visitan y desde luego, no dejan de admirar
nuestra maravillosa obra que sin duda, les servirá de modelo para emprender en
sus ciudades, trabajos de tal envergadura. También observo cómo numerosas
personas compran casas en mi pueblo para reformarlas, y se quedan para
habitarlas o para pasar los fines de semana o bien, lo hacen con el propósito
de pasar sus últimos días en paz porque mi pueblo les depara todo: Salud y
bienestar. Él es hermoso, es apacible y desde luego, es un verdadero oasis de
amor.
Episodio 32
Terror a los
espantos
Uno de mis mejores amigos de
infancia, llamado Tomás, que por aquello del destino, empezó con algunos malos
tropiezos en su vida de adolescente, diría yo, porque siendo hijo de padres con
excelentes virtudes, quienes imprimieron a sus hijos como todo buen protector lo haría, óptimos sentimientos
de amor y comprensión hacia los semejantes y superiores como también de
aquellos principio y valores que conducen siempre al respeto de la dignidad
humana, a la honestidad, responsabilidad y otros muchos. Tomás fue creciendo en
un ambiente muy sano de mucha camaradería; sus amigos y yo, nos encariñamos
tanto con él, que a veces, cuando se le presentaban dificultades económicas o
de otra índole, oportunamente le tendíamos la mano. A mi amigo, le encantaba el
estudio y era muy puntual como colegial y nunca se le veía de mal humor.
Pero por cosas del destino, lo
repito, tuvo que retirarse del colegio cuando estaba a un paso de terminar su
secundaria, para dedicarse a laborar en una gran fábrica de muebles.
De tantas que habían en la ciudad
y que bien mal le recomendaron, en donde, seguramente, encontró peores
amistades que lo condujeron al trago y a las malas acciones.
En muy corto tiempo, empezó a
visitar los billares, prostíbulos y sitios no muy recomendables, es decir, de
pésima reputación y cuanto centavo recibía de su humilde empleo, de un tajo, lo
gastaba en toda clase de vicios como así lo pensaba yo.
Sus padres ya estaban agotados de
tanto sermón y consejitos baratos, como Tomás les decía, en forma de reproche,
y claro, su Madre, Doña Rosalba, que día y noche, no paraba de rezar, para
pedirle a Dios por su protección y conversión.
Tomás levantaba la voz a sus
progenitores por cualquier cosa que le dijeran; de una, salía de la casa
renegando y todas las noches, llegaba casi al amanecer, todo borracho, haciendo
escándalo y si no le abrían la puerta rápido, la cogía a golpes; era una gran
desgracia este muchacho. Así pasaron unos cuantos meses y todo seguía igual. No
se sabe si fue el de arriba, el que se dolió de doña Rosalba, por sus ruegos,
que una noche de tantas, cuando la ciudad quedó en tinieblas, que llovía sin
piedad, en medio de relámpagos y ruidosos truenos, Tomás, así y todo, salió del
billar; por fortuna y para que se diera perfecta cuenta de lo que
irremediablemente le iba a suceder esa noche, no tomó y se encontraba en su
justo juicio. _Ahora, ¿Qué hago? Decía. _Las
calles están muy oscuras pero así, tengo que llegar a la casa; no sé cómo pero
tengo que llegar. Decía. Tomás necesariamente debía pasar por una calle muy
peligrosa y a lo lejos, él divisó movimientos extraños y manifestaba para sí: _
¡Que Dios me guíe!
Tomás caminaba lento, a paso de
tortuga; fue adentrándose poco a poco y al llegar a un sitio muy estratégico,
vio a un lado de la calle un ataúd muy desproporcionado y dentro de él, a una
mujer que estaba de pie, con las manos extendidas, alta, de cabellos largos,
vestida de blanco y sobre su cabeza, una corona que arrojaba cintas de luz muy
fuertes que le caían directo a sus ojos para encandilarlo una y otra vez.
Tomás, desesperado, se llenó de pánico y terror y con voz
quebrada dijo: _En nombre de Dios, Todopoderoso, ¿Qué quieres? Y la mujer, con
movimientos demasiado toscos de cabeza, que giraba de izquierda a derecha, le
daba a entender que no quería nada de él; y visto esto, al cobarde del Tomás,
le faltaron patotas para correr; y cuando él llevaba la mirada atrás, siempre
veía a ese tortuoso y malqueriente espanto; y, por supuesto, al llegar a su
casa, golpeó fuertemente en la puerta, pero esa noche como cosa rara, sus
padres no le abrieron, se desplomó bruscamente y cayó al suelo. Tomás, del
tremendo susto, perdió momentáneamente su voz.
Sus padres, al ver que no se
escuchaba ruido alguno, salieron y lo primero que vieron fue a su hijo tendido
en el suelo, vuelto una miseria o piltrafa humana, porque, _ ¡cómo les parece!,
así lo pensaba yo, que él se había orinado y hecho popó en sus pantalones
llenos de barro, rotos y como cosa bien rara, no olía a trago.
Lo levantaron, lo asearon, le
pusieron ropa limpia y lo acostaron; se quedó profundamente dormido; al buen
rato, despertó todo abrumado y sin mencionar palabra; le sirvieron el almuerzo;
comió poco; muy pensativo quizás, por lo que le había sucedido. Sus padres lo
interrogaron pero él sólo respondía: _ ¡Nada, papá…! ¡Nada mamá...!
Tomás prefirió callar por muchos
años. En cambio, su actitud de ahí en adelante, fue excelente. Se convirtió en
un hijo noble, de buenos sentimientos, nunca volvió a visitar en la noche, ningún
establecimiento de perversión. Recuperó la amistad de sus antiguos amigos de
colegio quienes conservaron sus buenos principios, le colaboraron para que
terminara la secundaria y con sacrificio, Tomás, se hizo profesional, se dedicó
a los negocios y a servir a los más necesitados de su barrio.
Reflexión
Cuando los niños toman actitudes
de rechazo porque son reprendidos por sus padres, piensan que con su pésimo
comportamiento, van a conseguir lo mejor, pues muchas veces nos equivocamos.
Esto le pasó a Tomás, que siempre vivía en actitud de rebeldía y así mismo
recibió el castigo merecido por Dios, quizás por las oraciones de su madre,
ruegos que fueron oídos por el Altísimo.
Debemos ser rectos, obedientes,
sinceros, dar un excelente trato a nuestros padres y siempre portarnos como
verdaderos caballeros. Estos son ejemplos que a diario nos hacen reflexionar no
para mal, sino para bien.
Episodio 33
Episodio 33
Mi propia identidad
A medida que me voy acercando a
la condición de hombre, siento el deseo de tener mi propia identidad, de sentir
que soy una persona que me distingo de los demás. Como también es natural que
anhele cierto grado de independencia. Este deseo de mayor identidad personal
está lógicamente acompañado de otros deseos naturales. Por ejemplo: sentir la
necesidad de ser apreciado por otros por lo que soy y por lo que puedo hacer.
Algunos jóvenes de mi edad, buscan satisfacer su deseo de identidad personal y
un sentido de aceptación entre otros, al formar grupos de amigos para
solazarse. Esos grupos generalmente se forjan su propio código de conducta, y
la realidad es que casi siempre esto conduce a malos hechos o a veces a cometer
graves delitos. Yo sé que las malas compañías con el factor aislado que, más
que cualquier otro, se encuentra a la raíz del problema, cuando adolescentes,
se meten en dificultades. Yo creo que durante este período de la vida empezamos
a tener alguna idea de la apariencia que vamos a presentar físicamente como
hombres crecidos y debemos obrar prudentemente para que nuestra sociedad nos
mire como verdaderos hombres de bien. Esta etapa de mi vida, no es un tiempo en
el cual dejar que el deseo de más independencia me separe de alguna manera de
mis padres y el resto de mi familia. También los cambios que estoy
experimentando durante mi pubertad y los nuevos deseos que siento y que tengo
del amor de ellos y su influencia estabilizadora. Por eso en vez de apartarme
de mis padres y dejar que desarrolle una brecha, me acerco más a ellos ahora,
mientras que me voy acercando a ser adulto. Nunca me pasará esto. De eso estoy
plenamente seguro. Más bien, les causaré verdadera felicidad.
Haré que mis padres se sientan
orgullosos de tenerme como hijo. Siempre que mis profesores me enseñan cosas
nuevas y me recalcan sobre el buen comportamiento en mi casa, en el colegio y
en cualquier sitio en donde me encuentre, de alguna forma evito los problemas a
cualquier precio y voy tomando conciencia de mi responsabilidad como un ser que
piensa y es entonces cuando entro a reconocer y valorar definitivamente los
principios morales que mis padres y todas las personas de buen corazón me
imparten.
Episodio 34
Mi propia actitud
Mis padres siempre cuentan que
años atrás, las familias hacían más cosas como grupo y por eso disfrutaban de
más estrecha unión pero hoy, para muchos jóvenes su hogar es sólo una simple
casa, un lugar dónde comer y dormir. No hay amor por los hijos ni calor
paternal; no hay comprensión ni diálogo. Es cierto que en algunos hogares hay
verdaderos problemas que dificultan el conseguir la paz y la felicidad. Pero lo
más seguro es que sea nuestra propia actitud lo que haya de determinar si
nuestra vida en el hogar nos parecerá algo de lo cual podamos disfrutar o
viceversa. Yo conozco a muchos compañeros que se las arreglan para disfrutar de
la vida, como también hay otros que se encuentran totalmente aburridos. Todo lo
anterior, me ha servido de espejo para tomar mi propia actitud frente a la
vida. Me pregunto: ¿Qué actitud tiene el campo de lo que nos interesa realmente?
Yo diría que es casi interminable la lista de las actividades valiosas y los
campos del conocimiento que merecen exploración. El leer exige más esfuerzo que
ver televisión aunque el segundo, sea un medio de reposo. No existe campo de actividad,
ni habilidad, ni oficio, ni lugar, ni gente, ni animal que no se considere en
los libros, y mientras más leamos, más disfrutamos de la lectura y más
conocimientos podemos adquirir. Yo siempre me pregunto: ¿No basta con leer solo
para matar el tiempo? Mi reflexión siempre es: No. Es necesario que escojamos
lo que nos va a servir. El profesor Braulio, siempre insistía en sus buenas
charlas, cuando afirmaba: “debemos leer con una meta presente, una que puede
enriquecer nuestra vida ahora mismo y en el futuro.
Al equipararnos para hacer
grandes cosas” y también nos recordaba que no podemos o no debemos conformarnos
con la ignorancia; que debemos capacitarnos intelectualmente con el propósito
de estar en mejores condiciones para incorporarnos al ritmo progresivo de la
vida y de la civilización. Mi maestro tiene todo el derecho de aconsejarnos y
de reprocharnos las faltas inusuales que cometemos y que chocan con nuestra
propia identidad personal. Así podremos contribuir mejor a la superación
personal y a la grandeza de la patria. La profesora de Sociales, mujer
enamorada de su materia, nos refería muchos pasajes de la vida de los grandes
hombres que han nacido en nuestra bella y noble tierra colombiana.
Yo sé que la historia del mundo
está llena de ejemplos de hombres humildísimos, que nacieron en la más baja
escala social y llegaron a ocupar las más altas posiciones en la vida pública
gracias al beneficio intelectual que abrió a sus anhelos, caminos de superación
y de dignificación. Tenemos un ejemplo clarísimo de grandes quilates: Don Marco
Fidel Suárez, hijo de una humilde lavandera de Bello, Antioquia, población
cercana a Medellín. El empeño de la madre sola, se dedicó por completo a la
educación de su hijo. Éste le correspondió al esfuerzo con esfuerzo. De alumno
sobresaliente pasó a ser el hombre de letras y gran ciudadano, hasta llegar a
Presidente de la República. Este ejemplo es maravilloso. De éstos, está plagada
mi Patria. Así es la ley del proceso de vida.
Mi profesora también nos decía
con mucha frecuencia: “Ante este panorama, bien podemos comprender el
significado trascendental del niño como la parte más bella y más importante de
la humanidad. En ellos finca el hombre todas sus esperanzas. Con ellos fabrica
sus sueños más altos, y pone en ellos sus anhelos más caros. Los niños son el
renuevo de las generaciones: van llenando el vacío que deja por ley natural los
que deben irse primero. En esos ojos inocentes que miran con sorpresa y en esas
frases ingenuas de los labios que repiten sonidos, se está asomando el hombre
en potencia. En los niños de hoy están los grandes, los poderosos, los sabios
del mañana”
Si pensamos un poco, podemos
decir que los niños alegres y diligentes forman las sociedades sanas y fuertes.
Yo, sin embargo, fui un niño triste y raquítico pero di con una sociedad que me
comprendió y me brindó todo el calor humano y que hoy me siento el joven más
feliz de la vida. ¡Gracias maestro Braulio! Por eso, reafirmo que el niño no
debe sufrir. Este ejército que puede ser columna invencible de la familia y de
la grandeza nacional; si se desampara, se convierte fácilmente en amenaza
común, en vergüenza de la patria, en relleno doloroso de las cárceles; todo,
por falta de ternura de hogar, cuando lo más correcto es que el niño, sea
tratado con dulzura, porque es la esperanza siempre nacida de la humanidad.
Yo fui el primero en adquirir el
libro de la Constitución Política de Colombia la de l991. Lo leí con mucho
esmero.
Él, nos plantea una serie de
normas que hablan sobre la protección de la familia, especialmente del niño y
del adolescente en edad escolar para que pueda vivir y estudiar dignamente y se
desenvuelva en un medio ambiente propicio para transformarse en una persona de
las más altas calidades humanas.
“Es que los derechos de los niños
prevalecen sobre los derechos de los demás y es la familia, la sociedad y el
estado, los que tienen la obligación de asistir y proteger al niño para
garantizar su desarrollo armónico e integral y el ejercicio pleno de sus
derechos. Cuando se es adolescente, tiene derecho a la protección y a la
formación integral y el Estado y la Sociedad garantizan la participación activa
de los jóvenes en los Organismos Públicos y Privados que tengan a cargo la
protección, educación y progreso de la juventud“. Así lo reza el artículo 45 de
la Nueva Constitución. Quiera Dios que nuestros buenos gobernantes le den prioridad a
estas normas constitucionales, las trabajen mancomunadamente y las hagan cumplir en
provecho de la niñez y la juventud desamparada de Colombia.
Episodio 35
Actitud de mis padres
Yo siempre defiendo la actitud de
mis padres. Ellos han sido personas muy especiales conmigo; han concentrado
energías y esfuerzos en el campo de ofrecerme seguridad y amparo en todas las
etapas de mi vida. Jamás me han negado un servicio y en lugar de sentirme
defraudado, más bien con profundo respeto, aprecio el que mis padres me estén
inculcando principios de moral que me dan razón de ser y grandeza a mi
existencia. Mis padres son los únicos amigos de verdad. Yo sé que hay niños y
jóvenes que desarrollan una posición negativa hacia sus padres en casi cuanta
cosa hay. Muchos niños y jóvenes creen que sus padres no los comprenden o siquiera
tratan de comprenderlos, que son anticuados sin esperanzas de cambiar y que no
pueden ofrecer ninguna guía útil en medio de este mundo de movimiento rápido.
Yo diría que si todo niño o joven piensa así, pronto se convertirá en hábito y
en una actitud generalmente de rebelión y con nuestros padres nunca debemos
rebelarnos porque son ellos la esencia de nuestro propio ser. Los niños y
jóvenes que proceden así con sus padres, sean hijos propios o no, con el correr
de los años, Dios los echará de este paraíso y de pronto verán cómo se
desmoronan todas sus ilusiones y esperanzas, como sucede con las hojas
marchitas de los árboles.
Aquí en mi colegio, me hice al
mejor amigo de todos los tiempos, Miguel. Mucha verdad encierra el dicho “La
única manera de tener un amigo es serlo uno mismo”.
Yo en mis ratos libres medito
mucho; como también pienso: “La clase de amigos que obtengamos depende en gran
parte de cómo tratar de hallarlos” Miguel, mayor que yo, el excelente amigo que
tengo, me ha dado siempre los mejores consejos de un amigo verdadero y lo que
le suceda a él, yo también lo siento, como si fuéramos verdaderos hermanos.
Hace justamente un par de meses murió su madre Ana Tulia, quedando completamente
desamparados porque su padre, Miguel Antonio, no hacía diez meses que también
había muerto. Por supuesto, fue un duro golpe para él, el más apreciado de mis
amigos, lo mismo que para su querida familia. Yo me sentí profundamente
conmovido cuando leí una composición lírica tan desgarradora que tocaron las
fibras más sensibles de mi corazón y tuve que llorar. Es una elegía en memoria
de sus queridos padres, que la tituló “Irreparable pérdida”. ¡Dios mío! Dadme
valor para resistir este mismo trance de mis padres, que ojalá no sea pronto,
porque de lo contrario, no tendría esa misma fuerza para vivir tal desenlace.
Irreparable pérdida
Me avisaron presto
Que papá había muerto.
Lloré como loco;
No tenía dinero
Y acudí al amigo
De buen corazón.
Le conté el fracaso;
Le conté el fracaso;
Me prestó la ayuda
Sin hacer reparos
Y ya en la mañana
Todo acongojado,
Salí a tomar carro.
Sentí mucha angustia
De ver que las horas
Pasaban tan lentas
Y las manecillas
Del viejo reloj,
Parecían ya muertas.
Casi llego tarde.
Los bronces sonaban;
Eran estridentes
Los malditos golpes
Que daba esa bola
De un hierro fundido.
Eran ruidos sordos
Que ahogaban mi alma.
En mi tierra amada,
En mi tierra amada,
Me bajé del carro
Y un señor me dijo
Con voz ya quebrada
La triste noticia:
“Su padre murió”.
Abracé al amigo;
Me quedé en un sueño,
Recordando al viejo
Que después de mozo
Jugaba conmigo
Como si yo fuera
Todavía ese niño
Que él tanto adoró.
Volví la mirada
Y lo vi llorando;
Ambos comprendimos
Que habíamos perdido
Al mejor amigo
De toda la vida.
Llegué al dulce y triste
Hogar desolado.
Mi madre, no estaba.
Ella se encontraba
Ella se encontraba
En ciudad lejana.
Llevaba en su mente,
Quince años postrados
Sin poder andar,
Sin poder hablar
Y sin poder oír.
¡Ah recuerdos tristes!
¡Mi padre no estaba!
Y sólo encontré
A la hermana mayor;
Los otros hermanos
Ya se habían marchado
Rumbo a humilde finca
Llamada “La Linda”.
Se me acercó un niño
Que quiso mi padre;
El único chico
Que le acompañaba
Porque ya sus hijos
Estaban casados.
Él con voz quebrada
Él con voz quebrada
Y casi llorando
Susurró en mi oído
La triste noticia:
¡Su papá murió!
Lo cogí en mis brazos
Y lo consolé.
Él me acompañó
Y los dos salimos
A ese mismo encuentro
Que no olvidaré.
Íbamos bajando;
Quedé sorprendido
Cuando de repente
Vi al pobre y luctuoso
Cansado cortejo
Subiendo muy lento
Con el leve féretro
De mi amado padre.
Fue un encuentro aciago;
Mi voz se turbó
Y un dolor intenso
Cubrió toda mi alma.
Cubrió toda mi alma.
Regresé llorando
Y al llegar al pueblo,
Se oían las campanas.
Ellas repicaban
Con gran amargura
Su segundo toque
Porque se acercaba
La triste partida
De uno de los hijos
Queridos del pueblo.
Llegamos al templo;
Bajaron la caja;
Abrieron la tapa;
Vi al frío cadáver
Bien amortajado;
Tan sólo veía,
Una cara pálida
Y unas manos yertas.
Era inevitable.
La maldita muerte
Estaba presente.
Estaba presente.
Jamás en mi vida
Tanto había llorado.
Lo hice mucho peor
Que cuando murió
Mi Madre adorada.
Es de mucho juicio
Que el hombre más fuerte
Debe hacer lo mismo
Porque un ser querido
Que abandona el mundo
Se va para siempre
Dejando una huella
Dejando un dolor,
Que sólo se borran
Muriendo también.
El funeral pasó
Y el sepulturero
Muy orondo tapó
Al viejo Miguel,
Con el mismo barro
Que Dios lo creó.
Con la voz ya queda
Con la voz ya queda
Le dije a papá:
¡Adiós padre bendito!
Y ¡Paz en tu tumba!
Se siguen las penas;
Son penas felices.
Mi madre está viva
Y sigue llamando
Creyendo que vive
Su esposo perfecto.
A los pocos meses
Recibí llamada.
¡Llamada funesta!
Mi Madre había muerto.
Volví a quedar mudo.
Recordé el ayer.
Todo está marchito.
Sólo han quedado
Recuerdos perennes
Y sólo me queda
Elevar plegarias
Por las Santas Almas
Por las Santas Almas
De estos Santos Padres
Que están en el cielo,
Ambos compartiendo
La felicidad
Eterna, con Dios
Nuestro Gran Señor.
Dios bendiga siempre,
A Tulita y Miguel.
Episodio 36
Niñez abandonada
Episodio 36
Niñez abandonada
Don Braulio, siempre en sus
charlas diarias, nos refería casos de la vida real y entre tantos, deseo mencionar
el de la niñez abandonada. Muchos niños y niñas, corren con muy buena suerte
cuando son adoptados; pero desafortunadamente otros, han tenido dificultades
como el caso que voy a referir y que verdaderamente en él, se presenta un
cuadro que sorprende enormemente:
Era un hogar muy feliz conformado
por mamá, papá, dos hijas y dos hijos, estudiantes de bachillerato unos; y
otros, ya de universidad. Mamá, muy rezandera la pobre, entregaba el alma y
corazón a los quehaceres cotidianos, que con el alba, al igual que su esposo,
ya estaba dejando la humilde vivienda, para enfrentarse con ánimo a las
personas de su barrio, Decía. Ella atendía una pequeña tienda de víveres, y
papá, un labriego, entregado a la agricultura, enchapado a la antigua, pero
hombre virtuoso, de principios morales muy bien definidos y respondiendo a sus
hijos como todo varón pero con los pantalones muy bien puestos, que
afortunadamente, ellos estaban obteniendo buenos resultados académicos. El
emprendía todos los días camino a la finca, distante unos veinte minutos del
pueblo en donde tenía radicada su familia, para atender a los diversos y
pesados oficios de agricultura. Su esposa gran compañera, le ayudaba a sostener
su hermoso hogar.
Ella contaba con una excelente
clientela; también dedicaba parte de su valioso tiempo en las demás
obligaciones; terminaba muy cansada pero así y todo, sacaba fuerzas quién sabe
de dónde carajo, para enfrentarse a todas las necesidades que se deben sortear
en un hogar de estrato dos.
Como verdadera sorpresa, llega a
la tienda, una pareja bien dispareja; él de unos 50 años de edad y ella no
pasaba de 20 años; se encontraba embarazada porque su barriguita ya se le notaba.
Eso decían los vecinos. Piden un par de gaseosas y algo para comer, luego
preguntan a Rosalía: _Señora: Por casualidad, ¿Usted no necesita quién le ayude
en los oficios tanto de la tienda como de la casa? Rosalía respondió: _Por
ahora, no señor, pero ante tanta insistencia, Rosalía decidió contratar a dicha
señora, porque según ella, eran muy pobres y ambos debían trabajar para alistar
el ajuar de su hijo o hija, _qué sé yo, así, ella afirmaba_ pasaban los años y,
Eva, como así se llamaba, con su extremada nobleza y gran honestidad, se hizo
amiga de todos los de casa, mientras su barriguita seguía aumentando de
volumen. Aquilino, su esposo, regresó a una finca según él, que sólo cuidaba,
porque él no era el propietario, y todos los fines de semana, se aparecía con
algún pequeño presente en agradecimiento por los beneficios recibidos. Al
faltar menos de un mes para nacer la tan esperada criatura, Aquilino se llevó a
Eva, dizque para atender a su mujer y poder estar más cerca del parto. Nació el
bebecito, mono y peli-rojo como su taita Aquilino y, al mes de nacido, le
hicieron una visita a Rosalía para que lo conociera.
Así, una y otra vez, durante el
año, traían al niño Adolfo, y doña Rosalía le suministraba droga, vestuario y
vitaminas porque veía la necesidad de brindarle ayuda ya que al bebé lo
observaba raquítico y porque también empezaba a sentirlo como si fuera su
propio hijo.
Aquilino, un tipo de mal aspecto
físico y poco confiable, por los comentarios de su propia esposa Eva, y porque
según ella, les daba mala vida, optó por no dejarlos volver a las visitas con
doña Rosalía y así pasaron tres años de no verlos como si se los hubiera
tragado la mismísima tierra o los hubieran secuestrado o matado un rayo. No, no
fue así. Aquilino, al parecer, era un verdadero monstruo para tratar a su
esposa y, mejor, ella tomó la determinación de abandonarlo, dejando a Adolfo y
a otros dos hijos que ellos ya tenían. Este bandido despreciable y miserable
hombre, si es que así se le puede decir, envió a Adolfo con una hija ya de
edad, del primer matrimonio, llamada Stella, una joven trigueña también embarazada por él y dijo a Rosalía:
Señora, mi papá Aquilino, como regalo, le manda a Adolfito; y que, si sumercé
no lo acepta, entonces que se lo diera al mejor postor o en último caso, lo
llevara al Bienestar Familiar pero que a la casa no lo volviera a traer. Por
supuesto, Rosalía se llenó de estupor, de angustia, de coraje pero también de
amor maternal al ver al niño todo demacrado y en las precarias condiciones en
que se encontraba; parecía ver a esos niños esqueléticos del África;
desnutrido, con la cabeza deformada, flojo, sin fuerzas porque sólo recibía
líquidos y había que sostenerle la cabeza y abrirle la boca para echarle la comida;
no asimilaba nada y el poco alimento que retenía lo devolvía; y otra cosa, con
tres largos años que ya tenía Adolfo, no caminaba, ni emitía sonido alguno; es
decir, era un cadáver.
Las atenciones se realizaban como
para un niño de meses de nacido pero el corazón de Rosalía era el más grande de
todos y, sin pedir opiniones de su esposo y de sus hijos, lo aceptó y fue tanta
su consagración que en muy corto tiempo, Adolfo recuperó su figura de un niño
sano y todos los del barrio, le brindaron calor humano.
La otra hija embarazada de su
propio padre Aquilino, tuvo el hijo y ¡vaya sorpresa! Este niño según decían,
era el mismo físico de Adolfo parecían gemelos; claro, si el papá, que era
abuelo y padre a la vez, también era un hombre de ojos grises, cabello rojo y
lleno de pecas por todo el cuerpo como sus hijos y nietos que lo eran a la vez.
Este animal había abusado de sus propias hijas y, por supuesto, en ambas, había
tenido varios hijos. Lo curioso de esto, es que a Stella le preguntaban por el
padre del niño que esperaba y siempre decía que era un hombre trigueño y muy
apuesto pero la realidad era otra. Ambos eran trigueños y ambos niños, Adolfo y
Javier, sacaron otras características físicas, exactas a las del abuelo y no a
las de sus respectivos padres como lo afirmaban Eva y Stella sus madres, quizás
por verdadera pena.
Adolfo fue creciendo; entró a la
escuela, pasó al Seminario Menor pero allí, no terminó su bachillerato porque
se dejó seducir por un mal compañero del barrio. No faltaron los buenos corazones
que le dieran excelentes consejos para la vida incluyendo los de sus padres
adoptivos.
Estos consejos, él los aceptaba
porque era hasta buen muchacho pero cuando ya se sintió hombre, prefirió
mudarse de la casa.
Ya tenía quince años de edad
cuando se fue. Así duró un par de meses probando otros genios, otras culturas,
aguantando hambre y grandes vicisitudes porque no todo lo que brilla es oro;
regresó a la casa y con sus propias palabras dijo a mamá Rosalía: “Hasta que
uno no come mierda, no se da cuenta que todo hogar es sagrado para los hijos y
los que lo habitan” _Deseo que me perdonen, _Dijo. Don Agustín, lo volvió a
recibir en su hogar pero ya con condiciones muy rigurosas.
Adolfo tuvo que someterse a lo
que dijera don Agustín. Se puso a trabajar de día para estudiar en la noche y, así, terminó el bachillerato en un colegio de menor categoría perdiendo todas
las oportunidades que le estaban brindando estos buenos padres. Lo malo de todo
esto, fue que Adolfo se enseñó a aceptar las sugerencias que le daba doña
Rosalía y las que le daba don Agustín no le interesaban para nada. Es bueno
decir, que los hijos de Rosalía jamás trataron mal a Adolfo y realmente lo
querían como si él fuera su verdadero hermano. Todos ellos lo entendían muy
bien.
La historia no termina ahí;
Adolfo, por algún medio, se enteró que Aquilino su verdadero padre, había
tenido varios hijos en sus propias hijas, y que su papá y su mamá habían
cometido incesto.
De ahí en adelante, Adolfo cambió
de comportamiento; ya no aceptaba órdenes de Rosalía ni de Don Agustín; él
resolvía sus asuntos por sí solo; conseguía puestos y máximo duraba tres meses;
se volvió muy irresponsable e inestable en el trabajo.
Vivía de un miserable sueldo que
no le alcanzaba para mayor cosa pero sí, se daba el lujo de sacar a crédito,
moto, televisor, beta, computador y otras cosas, quedando muy mal con las
agencias, pero así y todo, Rosalía y Agustín le costearon tres años de Sistemas y de esta
manera él no se varaba en conseguir su empleo pues como dicen: “Todo medio
justifica su fin” En sí, era un joven que tenía buenos principios morales. Ya
empezó a buscar independencia y por tres veces como si fuera juego de niños, se
retiraba de la casa y buscaba ayuda cuando se veía enfermo o económicamente muy
mal y hasta que uno no se estrella bien, no cae en cuenta de sus crasos
errores.
Siempre recibía atención de hijo
y él hipócritamente respondía con respeto y educación quizás por comprarse a
los padres y al resto de la familia. Nunca por su cuenta, le llevaba algún presente
a doña Rosalía mucho menos a las demás personas y, don Agustín, ya cansado de ver
tanta ingratitud en él, un día lo llamó y le hizo ver las cosas buenas y malas
que Adolfo tenía.
Don Agustín aprovechó este encuentro, para echarlo de la
casa y de esta forma, lo responsabilizó de todas sus actitudes frente a la
sociedad. Hoy,
es un hombre casado por lo civil, tiene un hijo, pero hasta ahí, se sabe de su
vida.
Adolfo sólo encontró un hogar en
donde recibió buen trato, afecto de todos. Donde le enseñaron a respetar a los
semejantes y superiores pero salió muy mujeriego y demasiado orgulloso, cero
humildad, sabiendo a ciencia cierta de su verdadera procedencia.
Este fue el pago que hasta ahora,
Adolfo, ha dado a sus padres adoptivos. Menos mal que al parecer, no fue
reconocido, es decir, ni Rosalía ni Don Agustín, le dieron sus apellidos debido
a su mal comportamiento. “Se hace bien sin mirar a quien y a cambio de nada”
Quiera Dios que no todos obren
así, cuando sólo se dan beneficios y se recupera la vida. “Padres no son los
que engendran sino los que crían” y también “No hay mal que por bien no venga”
Pienso que la siguiente poesía
tiene mucho que ver con este relato y la escribí justo, con mucho sentimiento:
A
unos niños del mundo
Dichosos algunos niños del mundo
Que comparten con su sana alegría,
El afecto, la caricia y los besos,
Con mamá y papá, sus tiernos amigos.
Tienen un Dios un poco más benévolo.
Tienen un Dios un poco más benévolo.
Los cuida de los males y peligros;
Les da el techo y el abrigo necesarios
Y siempre los protege de los malos.
La madre y la hija a la muñequita
La madre y la hija a la muñequita
Juegan, y el niño y el padre se divierten
De lo lindo, correteando el ganado,
O arreando las bestias, o apostando
Al soldado, o pidiendo un consejo.
Pero nosotros,… Pobres huerfanitos
Pero nosotros,… Pobres huerfanitos
Del mundo que mucha falta nos hacen
Nuestros dulces padres que asesinaran
O partieran con pena y con dolor.
¡Santa Virgen de la Piedra!; permita
Que los hombres se comprendan y se amen.
Que el matrimonio sea una Institución
Indisoluble, y los niños tengan
La gran dicha de acariciar sus sienes.
Episodio 37
Tiempos difíciles
Episodio 37
Tiempos difíciles
A duras penas pude terminar el
bachillerato. Me quedé sin continuar estudios superiores por falta de dinero;
esta es la hora que todavía abrigo la esperanza de convertirme algún día en un
gran profesional. De esto estoy plenamente seguro. Quiera Dios que logre
encontrar apoyo del gobierno para satisfacer mis anhelos.
Mis padres ya no dan más: los
problemas económicos aún abundan en mi hogar y tuve que conseguir el puesto de
Agente de Ventas que todavía conservo, para poderme sostener y compartir lo
poco que gano, en ayudar de alguna forma a mis padres que ya empiezan a sentir
quebrantos de salud.
En los ratos libres, ocupo mi
mente en leer, llenar crucigramas, escribir poesía y coplas basadas en
vivencias personales de amigos del colegio y otros; También me agrada escribir
sobre teatro, refiero algunos trabajos sueltos que tienen que ver con aspectos
bien interesantes de la vida real y otros temas relacionados con fenómenos
naturales. Me encanta escribir relatos de toda índole. Así rindo tributo de
admiración y de agradecimiento a Braulio, mi inolvidable maestro, quien se
esmeró por sacarme de la ignorancia y quien me dio las luces necesarias para enrumbarme
por el difícil pero ameno arte de la literatura y en especial de la
versificación.
No hay mal que por bien no venga.
Por eso aquí no todo anda de mal en peor. Yo si quiero terminar diciendo que
como amante absoluto de la Paz y, aprovechando que hay un proceso de acuerdo
por definir entre Gobierno, Farc y Ciudadanos de toda Colombia, se agilice y no
dure mucho tiempo para que no se debiliten las conversaciones. El Señor Juan
Manuel Santos, Presidente de Colombia y Premio Nobel de Paz, hace ingentes
esfuerzos para que se produzca un feliz desenlace y, yo, tengo un poema que
dice:
Clamor
por la paz
La paz es la expresión viva del alma:
Es la que pronuncian los niños.
Es la que se practica en familia.
Es la que pregonan los gobiernos.
Es la que se oye en los parlamentos.
Es la que enseñan los maestros.
Es la que quieren los pueblos.
Es la que buscan los ejércitos.
Es la que se escucha en los estrados públicos.
Es la que invocan los Ministros de Dios.
Es la que llena de gozo nuestros corazones.
Es la que levanta nuestros ánimos.
Es la que levanta nuestros ánimos.
Es la que nos conduce a convivir bien.
Es la que nos alimenta el alma.
Es la que se respira en los deportes.
Es la que se clama en las guerras.
Es la que prolonga nuestra vida.
Es la que se evidencia en los conflictos
laborales.
Es la que resuelve los problemas bélicos.
Es la que se vive en todos los estamentos de un
Estado.
La paz, es una necesidad por todos sentida.
La paz, es una necesidad por todos sentida.
Es la que todos anhelamos.
Entonces donde hay paz, hay amor.
Desterremos los odios.
Hablemos de paz con los violentos.
Conciliemos hermanos.
Busquemos la paz.
Paz, hermano, paz.
Ahora deseo terminar mi historia, con relatos que apuntan todos a las alegrías y tristezas de muchos seres que han vivido parte de mis experiencias o al menos guardan alguna similitud.
Mucha paz.
¡PazAhora deseo terminar mi historia, con relatos que apuntan todos a las alegrías y tristezas de muchos seres que han vivido parte de mis experiencias o al menos guardan alguna similitud.
Episodio 38
Un suceso inolvidable
Durante varias décadas de la
historia educativa de mi país, en la mayoría de colegios públicos como
privados, los Padres de Familia insinuaban a los profesores, impusieran a sus
hijos, ciertos y determinados castigos cuando éstos no cumpliesen en forma
correcta con las normas académicas y disciplinarias establecidas en el
Reglamento del Colegio y especialmente aquellas que se referían a los deberes y
derechos allí consagrados.
Por el año de 1971, un día de
tantos del mes de abril, en el horario de la mañana, el señor Ernesto Aguilar,
fue nombrado a comienzos de año para que se desempeñara como docente; fue un
gran compañero, así, yo lo creía. Joven, buen trabajador, cumplidor de su
deber, recién egresado de la Universidad; es decir, un completo primíparo en el
oficio docente. Fue designado por la Rectoría para que dictara aquellas
materias que para muchos, eran pura costura como el dibujo, la caligrafía, el
canto, las manualidades y otras, que por fortuna, hoy, algunas han cambiado de
nombre; son materias importantes y se han convertido de gran ayuda para el
fomento de avanzados negocios en artes y oficios.
El profesor Aguilar, fue asignado
para dictar sus clases, sólo en los grados inferiores; y, por supuesto, se le
presentaron innumerables dificultades con sus alumnos debido a la inexperiencia
pedagógica y a la falta de diálogo permanente con sus discípulos.
De repente, se presentó una
pequeña discusión en la clase de Dibujo entre el alumno Samuel Alvarado y el
docente; El estudiante, como venía cometiendo equivocaciones seguidas en dicha materia,
y como el profesor era demasiado exigente para que los trabajos quedaran
perfectos, siempre le hacía repetir los ejercicios; Samuel, muy callado, con la
mirada fija hacia el superior, no dudó un instante en elaborar un retrato del
mismo; le quedó tan exacto, que se lo mostró a sus compañeros y rápidamente lo
identificaron.
Era el profesor Aguilar; no había
duda. Todo fue risas y desorden en ese momento. El docente, tomó la hoja; y al
reconocerse, pegó un grito lastimero y ensordecedor, porque tenía que hacerlo;
todos quedaron como mudos; el profe, se dirigió a Samuel, le colocó su mano
derecha en el hombro izquierdo, y, sin ton ni son, lo invitó muy amablemente
según comentario de los alumnos, para que durante los 30 minutos del descanso,
le cumpliera el castigo físico que consistía en hacer ejercicios con las manos
sobre la nuca, saltando, con el cuerpo inclinado, y sin descansar, hasta que
tocaran la campana para entrar nuevamente a los respectivos salones de clase.
Llegó el momento. Samuel estaba
cumpliendo su castigo; risas van, risas vienen; se sigue el desorden pero ya
era de todo el colegio y mientras éste cumplía con el castigo, se acercó al docente
un alumno muy imprudente de décimo grado, y le dijo al profesor con esa pasmosa
tranquilidad: Oiga profe, ¿Usted por qué no me permite que yo continúe el
castigo por mi amigo Samuel, que lo noto un poco cansado?
El profesor se quedó mirando al
alumno; pensó un momento y luego le respondió: _Sí, no hay problema; _Samuel ha
cumplido con un 60% del castigo y usted lo puede terminar_.
El profesor Aguilar, quizás en
ese momento, y, por la inminente amenaza del alumno, sintió miedo; fue muy
prudente y de ahí, esa respuesta sin sentido.
Inmediatamente, el alumno miró al
profesor con desprecio; yo diría, que con mucho odio. En ese momento, Andrés le
lanzó tremendo golpe a la cara que, justo, los libros del profesor, cayeron a un
estanque repleto de agua; estos se dañaron; el profesor quedó muy mal; al
prestarle el auxilio, notamos que él arrojaba mucha sangre por la nariz; de inmediato
unos profesores y alumnos lo levantaron y se lo llevaron rápido a la Clínica de
Seguros de la Avenida 30 de Bogotá, no recuerdo exactamente el número de la
calle.
Las personas que nos quedamos,
presenciamos cómo el alumno, caminaba por los pasillos del colegio y lo hacía
como un loco, gritaba arengas contra los profesores y el colegio, diciendo cosas
incoherentes y muy desagradables para la comunidad educativa.
El Coordinador, apurado, ordenó
entrar a los alumnos a las aulas, pero todo fue una algarabía y un caos
tremendo porque nadie quería hacer caso. Por fin, aceptaron los alumnos de los
grados superiores y los demás, tomaron el ejemplo y siguieron a los respectivos
salones.
El Rector, propietario del
colegio privado, cuyo nombre me reservo, no sé si exista, que para colmo de
males, este señor era un abogado, militar retirado de la Policía en el grado de
Capitán, que al enterarse bien de lo acontecido, justo en el momento del
suceso, él se encontraba por fuera del Establecimiento, no tuvo otro
inconveniente que entrar de una, al salón y con base en todo lo que ya sabía,
preguntó a los alumnos: _”Quiero que me respondan con el corazón y el alma: _ ¿Están
todos ustedes de acuerdo con la actitud tomada por Andrés, su compañero”? Los alumnos
en coro, le respondieron unánimemente que apoyaban al alumno y compañero de clase.
El Rector, al oír esto, no tuvo otra alternativa que decir: _”Bien: todos
ustedes quedan desde este mismo momento, despedidos de mi Establecimiento
porque para mí y por encima de todo, prima la conservación de la buena
disciplina ya que esa clase de procedimientos como los que ustedes tuvieron que
observar hace unos pocos minutos, no los puedo aceptar, mucho menos tolerar”.
Las mujeres, que eran pocas, se pusieron a llorar y los varones, a renegar; y,
por supuesto, a decir que se iban a quedar sin estudio ese año; pero el rector,
muy condescendiente, les manifestó que los podía ayudar para que pudieran
ingresar a otros colegios sin perder su año lectivo; unos aceptaron, otros no.
Ese año, no hubo quinto de Bachillerato y por ende, al siguiente año,
grados.
El profesor Aguilar, sufrió
rotura de tabique. El rector, lo retiró del colegio para evitar complicaciones
con los padres de familia. El alumno, fue demandado por el profesor Aguilar y
pagó condena en una cárcel de menores y por ese doble delito le fijaron ocho
meses de prisión.
El rector, por su posición
tomada, en forma enérgica y ejemplar, fue felicitado por sus superiores y las
comunidades educativas del distrito.
Con la nueva Constitución, la
expedición de leyes, decretos, la promulgación de los derechos humanos, el
Código del Menor, los derechos del niño, el manual de convivencia y otras
medidas reglamentarias, se fijan parámetros precisos que amparan al menor en
todos los campos de la justicia social.
Hoy 44 años después, la educación
colombiana ha evolucionado ostensiblemente en principios morales y valores
éticos como también en conocimientos técnicos y científicos.
Episodio 39
Un accidente premeditado
Este accidente que narro, lo vivió otro de mis buenos amigos y decía entre sus sus historias y delicados comentarios:
Este accidente que narro, lo vivió otro de mis buenos amigos y decía entre sus sus historias y delicados comentarios:
En una de las Agencias del Banco
Popular, ubicada en la Avenida de las Américas en Bogotá, en donde felizmente,
yo trabajaba como Jefe de Cuentas Corrientes e Inspectoría de Caja, cuando de
repente, por allá en el año 1972, se presentó, un terrible accidente que por
poco le cuesta la vida a mi compañero, uno de los amigos más recordados que
tuve en la Agencia; su nombre es Rigoberto Cárdenas, ¡Él todavía vive!, eso
creo. Ocupaba el cargo de Cajero de Ahorros, y el Banco se debía abrir a las
8:00 de la mañana. Rigoberto entró a las 7:30 a.m. pasó derechito al segundo
piso donde se encontraba la oficina del Director Ayala; habló con él, le contó
lo que le había sucedido; eso pienso yo. Le dijo que solicitara un
Supernumerario a la Casa Principal del Banco porque según él, se le había
muerto su novia Alicia, y se encontraba muy agotado para atender a los
clientes, y por supuesto, manejar dinero; pues no se atrevía a hacerlo para
evitar un mal movimiento de cuentas. El Director no aceptó su petición; primero,
porque estaba muy tarde para que le asignaran un empleado; y segundo, él no
tenía nada que ver en ese asunto. _Lo siento, Rigoberto, Dijo: _Además usted
sabe muy bien, que es el único cajero y los otros empleados tienen mucho
trabajo por hacer en cada sección.
Lo cierto fue que Rigoberto,
callado, es decir, sin mencionar nada, bajó al primer piso, se dirigió al
Secretario para que le facilitara las llaves con el fin de abrir la bóveda
donde estaba depositado el dinero y demás cuentas oficiales y privadas del
Banco. Todo estaba listo para atender al público.
Faltaban sólo l5 minutos para
abrir las puertas del Banco. Ese día, como cosa curiosa, la gente madrugó más,
para hacer la fila respectiva, porque para colmo de males, era el último día
para pago de servicios.
El cajero, como de costumbre,
entró a la bóveda para organizar los formatos, documentos y el dinero que
serviría como base para pagos y devoluciones. Todos estábamos preparados, cuando
se escuchó un estruendo; ¡tremendo ruido! Todos quedamos asombrados, untados de
pánico y, por supuesto, en silencio. Inicialmente pensamos que se trataba de la
señora de los Oficios Generales a quien se le hubiese caído la bandeja con los
tintos, vasos llenos de agua y aromáticas, pero no fue así. El secretario al
escuchar, temeroso, voló como ave que velozmente desciende de lo más alto del
cielo y se llevó tremenda sorpresa al
ver al cajero tendido en el suelo con el cuerpo boca abajo, las manos
extendidas y con el revólver que lo sostenía en la mano derecha. El secretario
del susto, salió gritando como loco, llamando al Director Ayala: ¡_Ayala…Ayala…! El cajero se mató; venga rápido_ El
Director, salió bruscamente de su oficina y al bajar las escaleras, tropezó con
algo y rodó un poco, pero se paró muy rápido, llevándonos otro susto.
Todos muy asustados nos acercamos
a la bóveda; al ver al compañero caído, lo primero que dijimos en coro fue:
¡_No lo vayan a tocar! como al ver que no se movía, el Señor Ayala dijo: _Llamen
a la autoridad competente para que haga el levantamiento del cadáver_ No sé.
Rigoberto al escuchar la voz del gerente, levantó lentamente su cabeza y dijo
con voz quebrada: _Por favor, no me dejen morir_ Todos, lo auxiliamos de
inmediato, nos alegramos mucho por él, lo levantamos, lo sacamos a la avenida y
varios de nuestros amigos y compañeros, lo llevaron a la Clínica de Seguros más
cercana; Allí, en cuestión de segundos, lo pasaron al Quirófano y después quedó
en cuidados intensivos.
Entre tanto, el Gerente comunicó
a la Central del Banco lo sucedido y obrando con gran rapidez, enviaron un
reemplazo a la agencia como también supervisores para realizar un arqueo de
caja y constatar que todo seguía en orden.
Al rato, llegaron investigadores,
levantaron pruebas para anexarlas a la demanda que debía instaurar el Gerente;
y como todo había vuelto a la normalidad, se abrieron las puertas del banco a
las 9:30 de la mañana.
Con más tranquilidad, el Gerente
llamó a los Padres de Rigoberto. Contestó el papá. El señor Ayala le contó todo
lo hecho por su hijo Rigoberto. El señor, acongojado, pero muy responsablemente
le respondió y le explico con los siguientes términos: _Bueno, lo que tú me
dijiste, no es verdad.
Con certeza te manifiesto que
exactamente lo que ocurrió fue un duro reclamo que le hice a Rigoberto porque
no estaba cumpliendo con sus obligaciones y tuve que ser enérgico con él.
Lo de la novia, es mentira; ella,
justamente vino a visitarnos en la mañana de hoy y la vi muy bien.
Ahora te pido un millón de
excusas por lo que sucedió y te agradezco muy gentilmente, señor Gerente, por
el auxilio prestado a tiempo a mi hijo que luego pasaremos a verlo.
A Rigoberto lo incapacitaron por
cuatro meses, porque la bala siempre alcanzó a perforar varios órganos vitales;
él se salvó milagrosamente; el banco le costeó todo; lo dejaron en la Casa
Principal con un cargo muy suave. Al parecer, Rigoberto quedó mal de la columna
y con cierta dificultad para caminar; tuvo que utilizar muletas.
Esta es la hora que no sé nada de
Rigoberto porque al año, me retiré del banco, me trasladé a otro Departamento
con empleo fijo y con mejores perspectivas de trabajo.
Episodio 40
Un suicidio anunciado
Hace unos pocos años, las familias permanecían
unidas sintiendo muy de cerca el calor de los suyos; se vivía en armonía, con
seis o más hijos en cada hogar, como excelentes y amorosos padres de la
creación humana, para no perder la fama de tener un considerable número de preciosos
descendientes como buenos antioqueños. Claro, no existían anticonceptivos y
menos, una educación sexual adecuada, para no fertilizar o no abortar
voluntariamente a hijos no deseados. Esos malignos métodos y pensamientos, no
pasaban por la mente de los padres de la época.
Las parejas o los matrimonios,
todavía guardaban ese respeto y amor por sus hijos y por los que pudiesen
venir, por temor a Dios y porque siempre se pensaba en misión de formar hogares
sagrados ante los ojos del Todopoderoso y de la sociedad.
En los actuales momentos,
escasean los hijos por hogar, debido al inusitado crecimiento demográfico que
se presenta en cada rincón de una nación y también, porque se ventilan muchos
problemas de orden social, económico y quizás de otra índole, para sostener los
estudios, vestuario, alimentación, vivienda y lo concerniente a salud en
general.
Pascual y Yolanda, eran unos
esposos felices. Durante los primeros veinte años de matrimonio, lograron
terminar sus estudios aún casados, estabilizar sus entradas, y recibir
felizmente a su hija Lorena para sostener entre los tres, un hermoso hogar.
Lorena, no sólo era única hija
sino muy bonita, con excelentes atributos y era el orgullo de sus padres.
Entró a los mejores
Establecimientos Educativos y al Conservatorio de Música de su ciudad. Allí, en
el Conservatorio, perteneció a los coros, y periódicamente salían a cumplir sus
giras fuera del país. Tenía su novio, que según Lorena, lo amaba
entrañablemente y era el querer de sus padres que lo apreciaban como un hijo
más.
Sus muy apreciados y delicados
padres, le celebraron sus quince primaveras con todas las de la ley, pero a los
pocos días, estos, empezaron a observar en ella, una actitud negativa de soledad,
de silencio, de no querer ver más a su novio Samuel, sin ningún motivo dado por
él, de no aceptar invitaciones como antes lo hacía; era una niña extrovertida
que se divertía dentro de sanos modales.
Los padres preocupados por su
salud mental, insistían en dialogar con ella, pero sólo les manifestaba que la
dejaran quieta y sola, porque no deseaba saber nada, y nada era nada. Siempre
les manifestaba que quería vivir sola o no pertenecer de ninguna manera a este
mundo no muy bien recomendado.
Lorena entró en una profunda
crisis de depresión y signos sicológicos de estrés crónico, que sus
progenitores tuvieron que dejarla en manos de Sicólogos y Siquiatras
especializados.
Lorena rechazaba los encuentros
sociales y siempre quería permanecer todo el tiempo encerrada en su habitación;
ella a diario, y lo que decía a sus padres con mucha insistencia era que se
quería suicidar, pues no había razón para seguir viviendo y nunca se supo el porqué
de esta fatal determinación. Sobre Lorena se tejían muchas conjeturas. Sus
padres muy preocupados, no la dejaban un minuto sola; hacían turnos en la noche
para no dejarla sola y no había otra alternativa sino estar siempre a su lado.
Cierta noche, Lorena le solicitó
al papá que por favor apagara la luz para poderse dormir y éste, así lo hizo.
Ella tuvo que aprovechar la oscuridad y como su padre se quedara profundamente
dormido y ella lo sabía porque a él, le empezaron los ronquidos fuertes, Lorena
se metió en sus cobijas y con una cuchilla que después encontraron, se cortó
las venas de ambas manos; el papá se despertó y un poco preocupado porque no
sentía movimiento alguno, a eso de las dos de la mañana, prendió la luz, y qué
macabra sorpresa se llevó cuando vio cómo corría la sangre por el piso.
Así, Lorena cumplió la promesa de
quitarse la vida.
Por supuesto, el padre de Lorena
en medio de la angustia y el dolor, con grito desgarrador, despertó a todo el
mundo y los vecinos acudieron allí, y cuando se dieron cuenta de lo acontecido,
empezaron a prestar los auxilios necesarios
Los años fueron pasando; Pascual
y Yolanda lentamente se fueron recuperando y con el tiempo, encontraron bases
de oración muy profundas y con la confianza puesta en el Señor, se entregaron
de lleno a Él, para seguir existiendo.
Ellos acogieron a Samuel, él se
dio a querer y hasta hoy, se sabe que no ha conseguido novia y siempre lo ven
salir con Pascual y Yolanda cada fin de mes, rumbo al cementerio, para acercar
flores y pronunciar bellas oraciones en la tumba de su amada hija y novia de
todos los tiempos.
Episodio 41
Actitud de un hijo
Me ocupé en una tarde de pleno
ocio, a observar la televisión, y, por pura casualidad, presentaron la historia
de una familia muy sufrida.
El esposo, se encargó de hacerles
la vida imposible a su esposa y a sus dos hijos.
Los hijos, se fueron levantando
en un ambiente para nada interesante, mientras los problemas también crecían.
Un día de tantos, por cierto se veía el cielo muy
encrespado, quizás por culpa del energúmeno hombre, quien tomara a su esposa como si
fuera un objeto y la maltratara ferozmente, hasta el cansancio, soltando y
descargando toda su furia y empleando palabras de altísimo calibre, dejándola
casi muerta.
La señora Carmelita, mujer de un altísimo comportamiento y comprometida con la salud y educación de sus hijos, sufría mucho. Los hijos ya no vivían en la casa porque ellos prefirieron salir desde temprana edad, en lugar de seguir viendo los atropellos, por desgracia, de su descorazonado padre.
La señora Carmelita, mujer de un altísimo comportamiento y comprometida con la salud y educación de sus hijos, sufría mucho. Los hijos ya no vivían en la casa porque ellos prefirieron salir desde temprana edad, en lugar de seguir viendo los atropellos, por desgracia, de su descorazonado padre.
Pasaron unos años; la señora, de
tanta golpiza recibida, muere; y, el hombre, como no hubo justicia para él, al
verse solo, llama a sus hijos para que lo acompañaran. De tanto suplicarles, la
hija acepta ayudarlo, sólo por cuidar de los bienes que él tenía y que eran
muchas sus propiedades.
Con el tiempo, a pesar de los
años, Enrique nuevamente se enamora y se casa.
La segunda esposa, es la que
goza; él nunca la lastimó de palabra ni de obra; y la hija, convivió de
maravillas con ella y su padre.
Le llegó la roya a Enrique; le
empieza a flaquear su resentido organismo. Lo deben operar pronto por una
complicación de males. Los médicos anuncian una operación de alto riesgo; la
hija llama a su único hermano; - Hola, Hernando: para comunicarle que su padre esta muy enfermo. _Hernando, ¿cómo está, y su
familia? Dijo Fernanda. El responde: -Todos bien. Fernanda le dijo: _Hermanito:
Necesito que se venga porque mi papá está grave_. Hernando le respondió: ¡_ Qué
pena! _Yo le guardo un negro rencor a ese señor y me da lo mismo_. ¿_Sabe qué,
hermana? Mejor que muera_. ¿-Cómo se le ocurre decir eso, hermano_? _Sí,
hermana, yo necesito mi herencia, pero de todas maneras viajaré cuando lo estén
preparando para la operación, dijo-. _Sí, Hernando, lo espero pronto, dijo
ella_.
Lo único que pensaron las dos
mujeres fue en vender una finca, porque no había dinero en efectivo para
sufragar los gastos.
De repente, Hernando apareció; le
comentaron sobre la venta de la finca y de la salud de su padre.
Hernando dijo que no estaba de
acuerdo con vender propiedades pero que quería que lo dejaran solo, para
dialogar con su padre. Así fue. Hernando se acercó al enfermo. Don Enrique al
verlo, se le vino el mundo encima por su felicidad.¡_Hijo mío! ¡Qué gusto me da
verlo! Dijo él_. Hernando le respondió: ¡_Qué gusto ni qué demonios! _Yo vine
sólo a decirle que se muera rápido porque usted lo que está es haciendo estorbo;
y, además, no merece salvarlo; ¡Muera rápido, viejo inútil_!Cuando Hernando salió, Don
Enrique, del impacto que tuvo, cayó en estado de coma, duró varios meses, no lo
pudieron operar, y así, murió.
Hernando regresó feliz porque se
le habían cumplido sus maléficos sueños de ver muerto a su propio padre.
Empezaron los papeleos para
cobrar la herencia; y tan feliz se puso, que él mantenía tomando, gastando lo
que no tenía, con mujeres de su categoría porque sólo pensaba en la fabulosa suma
de dinero y demás bienes que iba a manejar en el futuro.
A cada malvado le llega su turno.
Hernando toma su carro, lo llena de mujeres y se enrumba por una vía
desconocida y al abismo fueron a parar. Todos murieron; con la desaparición de
Hernando, llega una tranquilidad en la familia. Hernando era soltero y no tuvo
hijos que reclamaran sus bienes.
Un día de tantos, Norma y
Fernanda, hija y esposa de don Enrique, no tuvieron que vender sus propiedades
y ambas, unidas, levantaron más y más bienes bendecidos por Dios, porque ellas,
hicieron lo humanamente posible por salvar a su padre y esposo que si bien fue
cruel con su primera esposa, él se arrepintió y cambió de actitud. Sólo falta
que Dios lo haya perdonado, así pienso yo.
Reflexión:
Casos como estos, vale la pena
ventilarlos y analizarlos con sangre muy fría porque son un ejemplo que puede
ser fecundo para hijos como para padres. Que se baje la adrenalina, se evite
caer en la tentación desmedida de la avaricia o de vivir a costillas de los
demás sin hacer el mayor esfuerzo, como así lo quiso realizar Hernando, con su
propio padre.
Episodio 42
Un sobresalto tenaz
A mediados del siglo pasado,
todavía me consideraba un chico muy desordenado en mi actuar.
Era un poco desobediente y no
quería vivir sino en el juego. Obediente en presencia de mi padre pero cuando
era mi madre o un hermano mayor, mi comportamiento se tornaba confuso.
De las doce horas del día, me
atrevo a pensar que sólo me aparecía en horas de almuerzo; el resto, lo
dedicaba a medio estudiar y luego a jugar; aborrecía el sueño aunque dicen que
es benéfico para aumentar la inteligencia en los niños.
Mi madre, cuando me necesitaba,
le quedaban cortos los pulmones, porque recuerdo, que ella no hablaba sino que
gritaba y ya se le conocía su escandalosa voz y sus lastimeros alaridos a
distancia.
Mi padre era propietario de una
finca, no lejos del pueblo y, en el potrero que era un poco pendiente, había un
frondoso árbol en medio de él, en donde
con frecuencia, iba con otros compañeros de mi edad, a columpiar y a pasar las
tardes bien ricas hasta la caída del sol.
Un día me encontraba solo,
aburrido y como no me dejaban tareas, se me ocurrió bajar a la finca y me
dirigí de inmediato al potrero; con la fuerza de un niño desnutrido, lancé la
soga a una rama más bien gruesa y armé el columpio; allí silbaba, cantaba y me mecía
casi hasta tocar el cielo con mis manos.
Allí, se me iba esa maldita
pereza pero un tantico nostálgico por la falta de mis amigos. Yo estaba muy
distraído mirando la inmensidad de las montañas y el cielo con parecido de mar,
cuando me dio dizque por mirar por entre las ramas del árbol hasta la misma
copa, cuando empecé a observar un animal negro, negro azabache, con unos ojazos inmensos y feroces; del susto tan verraco, me parecía que gruñía como fiera
enjaulada y de su trompa muy grande y exageradamente fea, arrojaba bocanadas de
candela.
Era tan enorme ese animal, que
estoy casi seguro, pudo ser una pantera escondida en el espeso ramaje del
árbol. Para mí, si no estoy equivocado, era el mismo patas. Fue con el susto,
que ni tiempo tuve para llamar en auxilio; y, a quién, si todo estaba desolado
y triste.
Lo cierto, fue que perdí el
sentido; caí y tuvo que ser muy cruel todo esto, para que apareciera en una
pequeña planada del potrero y a unos doscientos metros distantes del árbol del
bien y del mal, como así lo bauticé posteriormente.
Yo digo una cosa: donde no
hubiera tenido planicie este sitio, pues sencillamente no estuviera contando
esta historia porque era un lugar muy peligroso y de una pendiente demasiado
brava.
Me recogió uno de los obreros que
por allí pasaba y me acercó a la casa. Mis padres me llevaron al médico pero
doy gracias a Dios, que no fue sino el susto.
Posteriormente narré a mis padres
lo sucedido y, claro, no faltó una que otra recriminación y, a la vez, unos
buenos consejos que recibí y que hoy conservo en mi memoria con mucho afecto y
esmero. De ahí en adelante, mi comportamiento cambió: “No hay mal que por bien
no venga” porque yo no volví a portarme mal y todo ha sido de acierto en
acierto, gracias a este susto tan tenaz.
Episodio 43
Episodio 43
Grito por la paz
¡NADA CON LAS ARMAS, TODO CON
IDEAS, Y SÍ, MUCHO POR LA PAZ! En mi país,
Colombia, desde hace muchas décadas, hemos venido soportando, en todos los
sentidos, el flagelo de la violencia. Sea rico, muy rico o pobre, muy pobre, no
importa. La infamia es por igual. Los ricos son secuestrados por la
delincuencia común o por grupos armados al margen de la ley, para despojarlos
de grandiosas sumas de dinero, con el fin de ampliar sus arcas; bien, para
sobrevivir, o bien, para equiparse de suficiente material bélico, con el único
propósito de atacar a las instituciones gubernamentales, destruir viviendas,
edificios de particulares,
incendiar vehículos, violentar bóvedas
que guardan cantidad de dinero en los
bancos, acabar con las carreteras, etc., y lo que es peor, para cegar la vida
de civiles inocentes, que nada tienen
que ver con el maldito y detestable conflicto; o tomar como rehenes, a las
personas indefensas, que las llevan para
internarlas en lo más profundo y áspero de la selva y sin dejar rastro alguno
de ellas, para tratarlas luego como prisioneros de guerra o peor, diría yo,
tenerlos como esclavos, encadenados, pasando por grandes calamidades en
cuestiones de hambre, toda clase de enfermedades, durmiendo a la intemperie,
realizando largas y agotadoras jornadas y esperando enfrentamientos militares o
quizás expuestos a perder la vida por el cruce de disparos entre los bandos,
dejando a miles y miles de familias desamparadas.
Madre, padre, esposa, esposo,
hijas, hijos, hermanas, hermanos y sin contar con otros familiares, colombianas
y colombianos que también sentimos y compartimos el mismo dolor.
Todo lo anterior, lo digo con
sinceridad y con el corazón destrozado, porque lo he visto y leído por los
diversos medios masivos de comunicación y también como testigos fieles, los
mismos secuestrados que han sido liberados; unos, por voluntad de los
secuestradores, y otros, por operaciones militares o porque han logrado zafarse
de la locura inhumana de sus captores; y, también lo afirmo, porque lo sufrí, en carne propia, hace años, cuando
me acercaba a la edad de los quince, que apenas era estudiante de bachillerato,
y que de repente, me encontré con unos delincuentes quienes me exigieron la
identificación política, porque en esa época, años 50-60 y mucho antes, que yo
recuerde, las contiendas se daban entre liberales y conservadores; todo, por
haber acabado con la vida del ilustre y gran líder político Jorge Eliécer
Gaitán. Los malintencionados hombres, me interrogaron y dijeron de qué me iba a
morir si no les confesaba sobre mi vida; de tal manera, que hoy es un recuerdo
desagradable y casi imborrable, pero que gracias a unos primos y amigos muy allegados a
mi familia, que posiblemente, ellos ya eran conocidos por esas personas, que a
Dios gracias, aquello no pasó a mayores, porque de lo contrario, me hubiesen
decapitado como sucedió con el comunero José Antonio Galán.
Héroe valeroso por sus ideas
revolucionarias a favor del pueblo, y que sus enemigos, lo hubiesen
descuartizado y que su cabeza expusieran públicamente en el municipio de
Guaduas Cundinamarca, la mano derecha en la plaza del Socorro, la izquierda en
San Gil, el pie derecho en Charalá y el izquierdo en Mogotes, municipios
santandereanos, donde había resonado el primer grito comunero en 1780. Todo
esto lo hicieron, para que sirviera de escarnio, no de recuerdo, según los
villanos de la época.
Hoy vemos por televisión o
escuchamos por la radio con qué felicidad y en todos los sentidos, cómo los
recién liberados nos transmiten con mucha vehemencia, las amargas experiencias vividas en
la selva durante los dos, tres, seis, ocho, once o doce años de cautiverio y
manifiestan sin temor alguno, que los comandantes de la guerrilla, en medio del
traqueteo de los fusiles y el inminente peligro de las balas, jamás negociarían
con el gobierno y más bien, aunque hayan tenido muchas bajas, día tras día,
ellos se estarían equipando de material bélico y humano para hacerle frente al
enemigo que es el mismo gobierno: Presidente y militares, según ellos.
Cuando estas maravillosas pero
sufridas personas, se dirigen a los colombianos y a todo el mundo, vemos que
lloran como niños y nos despedazan el alma hasta hacernos llorar de la misma
manera.
Eso creo yo, y dicen que así o
peor que ellos, quedaron los militares y civiles, pudriéndose en la espesa
selva, y piden a los colombianos, de manera reiterada, que marchemos por la paz
y por la liberación de nuestros hermanos
que se los está
tragando la tierra igual que esa húmeda selva, para que este gobierno se
ablande de corazón y llegue a un FELIZ ACUERDO HUMANITARIO con los alzados en
armas, ya que podría ser la única fórmula válida y salvadora, para la entrega
de los secuestrados.
Nuestros queridos y abandonados
hermanos que no tienen por qué cargar con la culpa de otros, o mejor, de
aquellos, que por simple lógica se deduce, y, que realmente le están causando
inmenso daño a nuestra querida Patria Colombia, quizás por puro capricho de las
partes en conflicto.
Lo que necesitamos, es que ambos
bandos, si así se puede decir, afloren sus espíritus y puedan llegar a un
urgentísimo y feliz Acuerdo Humanitario, repito, que sería bien recibido por el
pueblo de Colombia y que el Presidente Uribe, las Farc, la Cruz Roja
Internacional, otros movimientos al margen de la ley, Piedad Córdoba y
personalidades de todo el mundo, sigan metidas en esta loable labor, para que
haya libertad de conciencia y paz duradera entre todos los colombianos ¡NADA
CON LAS ARMAS, TODO CON IDEAS, Y SÍ, MUCHO POR LA PAZ!
Otra pieza literaria que escribí
y que también está dedicada a la paz de Colombia, lo hice con verdadero amor
¡Paz,
hermano, paz!
Este mundo es una mecha viva
Que arde, que calcina y que mata;
Que prende fácil con la ayuda del hombre
Y que ese hombre si es bueno, la domina
Y la apaga en beneficio de la humanidad.
Pero si él, es realmente malo, la acrecienta
Y la hace más titilante y más viva
Y entonces, esa llama no se apaga;
Y si éste, no permite que se apague, no se apaga.
¿Por qué se prende el mundo? Es la pregunta.
Es porque el hombre no se conforma
Con lo que Dios le dio.
Si pobre, sigue en la pobreza. No importa.
Si rico, para qué la ambición. De nada vale.
Ayuda a tus semejantes; más importa.
Si éste se desespera porque no alcanza el poder,
El poder para qué, si existe Dios.
El poder para qué, si existe Dios.
Si se mata para saciar el hambre,
O por deseos de riqueza,
La riqueza para qué.
Importa más el hermano.
Importa más el hermano.
Si se inventan armas bien sofisticadas
Para descubrir otros mundos,
¿cuáles mundos?
¿cuáles mundos?
Otros mundos para qué.
Acaso, este mundo,
¿No es inmensamente maravilloso?
¿No es inmensamente maravilloso?
Si él, en todo momento,
Nos brinda la mejor oportunidad
Nos brinda la mejor oportunidad
De vivir en completa armonía y paz,
De poder convivir con nuestros hermanos,
De apreciar cuanto vemos
A nuestro alrededor,
A nuestro alrededor,
De pisar el suelo patrio que nos vio nacer,
De contemplar el infinito cielo,
El sol, la luna y las estrellas nocturnales,
El inmenso azul del mar
Con su maravilloso mundo
Con su maravilloso mundo
Multicolor de vida natural y animal.
De admirar ese otro mundo
De creaciones sofisticadas
De creaciones sofisticadas
Hechas y dirigidas por el hombre,
Con la ayuda de Dios.
Con la ayuda de Dios.
Ese es nuestro mundo
Que nos da alegría y nos alimenta.
Que nos da alegría y nos alimenta.
Es preferible luchar para que todo
Se conserve sano,
Se conserve sano,
Intacto y no se destruya,
Para que el hombre se arrepienta
Y no levante su mano
Porque si la levanta,
Se revela contra Dios
Y no levante su mano
Porque si la levanta,
Se revela contra Dios
Y contra el hombre mismo.
Entonces, provoca el odio
Entre hermanos.
Entre hermanos.
Sí… y es, cuando se habla de guerra,
Del malintencionado terrorismo mundial,
De la droga que atrofia la mente del hombre,
De la guerrilla que nos rodea y que mata,
De los viles asesinatos de personas indefensas,
De secuestros que desmoralizan al hombre,
Del boleteo a cambio de la vida
Y de todo lo malo que corroe
El alma del hombre.
El alma del hombre.
Nuestro mundo no puede
Ser una mecha viva
Ser una mecha viva
Que arde, que calcina y que mata.
Mejor, ¿Por qué no se habla de paz?
Sí…, busquemos la anhelada paz.
Y, ¿Por qué, no hablamos mejor
De un acuerdo humanitario?
De un acuerdo humanitario?
Claro que sí.
Todos podríamos salir
Grandes triunfadores.
Todos podríamos salir
Grandes triunfadores.
Paz, hermano.
¡Paz!, ¡paz!
Por favor,
Hermano…
¡Paz!
Episodio 44
Soñar no cuesta nada
Con el tiempo, para este humilde
hogar, a pesar de recordar a su amado padre por los muchos daños morales que les
había causado, fueron recuperando espacios sociales de vital importancia en la
comunidad, lo mismo que en la parte económica, porque les dejó deudas que
fueron cancelando a medida que iban llegando los cobros de los tenderos y
personas amigas de su recordado padre.
Episodio 47
Episodio 44
Soñar no cuesta nada
Dicen las buenas lenguas, que soñar
no cuesta nada. Es una gran verdad. También comentan que muchos de los sueños
salen verdaderos; otras dicen, que todas las acciones que fueron realizadas
durante el día, en la noche y en pleno sueño, se disfrutan; y otras, se
convierten en pesadillas de mal gusto. Yo no recuerdo haber soñado con acciones
que fueran realizadas o en el día o en la noche; pero sí, de tantos sueños que
he tenido y que siempre me han llenado de alegría, es especialmente uno que me
cuesta mucho trabajo olvidar.
Recuerdo que un día, desde muy
temprano, laboré con mucho entusiasmo para entregar unos trabajos que eran
urgentes; me acosté súper cansado y ahora pienso y estoy casi seguro, que me
quedé profundamente dormido y de pronto, mi cuerpo estaba muy relajado, mirando
al cielo, con las manos y pies bien estirados como si fuera un cadáver.
De ese cuerpo inerte, salió mi
alma que se introdujo rápidamente en otro similar; lo miraba por todas partes;
me pareció muy raro pero de singular belleza; una vez posesionada mi alma allí,
empecé a notar que podía volar pero carecía de alas; ni siquiera era parecido a
cuerpo de ángel; era como una persona extraña que fácilmente flotaba en la
atmósfera y que sólo con extender las manos, iba cortando el aire y, claro, me
sentía muy bien allí, en armario prestado.
Extendí esos livianos brazos y
comencé a elevarme como verdadera ave de las alturas y gozando de una cálida
noche de Julio, cargada de estrellas y por supuesto, veía cómo la luna jugueteaba
con las mansas aguas y admiraba ese suave mecimiento del mar; y también, veía
cómo ella coqueteaba con las nubes formando pequeñas sombras sobre las inmensas
ciudades y fantásticos lugares por donde yo pasaba. Así lo pienso yo.
Fue un viaje que me dejó muchas
vivencias; cruzaba enormes llanuras cubiertas de toda clase de hermosos
plantíos y animales; domésticos unos, y otros, severamente peligrosos; unos pequeños,
y otros grandotes; parecían verdaderos
gigantes; pues eso, yo imagino, porque de noche, dicen que los gatos son parduscos; también cruzaba
selvas en medio del viento que golpeaba tan fuerte como las piedras entre los
árboles; unas veces, bajaba para volar kilómetros y kilómetros sobre azulosas aguas mientras que la lluvia hacía
el amor con las picarescas olas del mar . Esa noche yo soñaba con vivir en una ciudad de gloria,
mágica en exceso, donde todo fuera un paraíso, o todo fuera tan utópico pero a
veces, pasaba momentos de verdadera pesadumbre viendo en ese sueño, otros
desafortunados contrastes entre ciudades y campos; unos hermanos viviendo en la
opulencia y otros, acosados en sus
humildes chozas y arrastrados por la más absoluta pobreza; unos, bañados en oro
y demasiadas extravagancias y otros, cobijados por el hambre y durmiendo a la
intemperie en una atmósfera de hiel.
Todavía creía que no había salido
de mi país por su geodesia, pero no; estaba conociendo otros mundos no muy
cercanos.
Por fin, en mi viaje encantado,
aparecí en el fondo del mar, donde encontré una ciudad amurallada por vidrios
muy resistentes al agua, por dentro, ella estaba muy bien oxigenada como si
fuera construida por una mano divina donde disfruté de toda esa maravillosa
obra que para mí, fue ideada por Dios, así yo lo sigo pensando.
No me explico sí, cómo entré
allí; lo cierto fue que pude codearme con personas que me brindaron calor
humano. Me sentí como pez en el agua, disfrutando de todas las comodidades no terrenales;
así pienso yo, alimentándome con exquisitas comidas para mí, invisibles, y
degustando esos deliciosos sabores y fragancias inolvidables. También recuerdo
con incomparable nostalgia, los felices momentos que pasé durante esa
fantástica y maravillosa travesía llena de hermosos e inalcanzables sueños.
De allí, mi alma entristecida, se
retira de un extraño cuerpo para regresar al mío propio, con un asombroso
despertar, para luego recordar la genial historia, poderla comentar con toda
claridad porque seguro estoy, este sueño de ahí no pasará. Cuando regresé a mi
eterna y triste realidad, me sentí atrapado por una sociedad colmada de toda
clase de problemas: familiares, económicos, laborales, de salud, educación,
solución de vivienda y otros, como así lo pienso yo.
De este modo, fue como mi alma
salió a conocer otros mundos maravillosos, pero todo fue un significativo,
reflexivo y encantador sueño que me dejó marcado para toda la vida como si hubiera
sido un evento nacido de la purita realidad.
Episodio 45
El amigo fiel
Cucharo, y su amo Pacho, eran como dos amigos inseparables; tenían casi la misma edad; crecían con gran rapidez;
pertenecían al reino animal, con la gran diferencia, que Pacho emitía sonidos,
palabras, frases, es decir, era racional. Cucharo, no hablaba, era irracional,
pero en cambio, comprendía todo por medio de señales, sonidos, el olfato que lo
tienen muy bien desarrollados estos animales y algunas palabras en la voz de
los humanos, las más allegadas a su oído. Era inteligente y estaba muy bien
adiestrado por su amo, que se esmeró mucho porque su mascota se convirtiera en
un famoso animal.
Cucharo, de raza Pequinesa, de
origen Chino y que en la antigüedad, estos caninos ahuyentaban a los malos
espíritus. Es una raza valerosa, combativa y leal; son sensibles y cariñosos
con sus dueños; precavidos y desconfiados con los extraños. En ocasiones, se
convierten en raza útil para avisar de posibles peligros en el hogar, ya que
son grandes ladradores. En la actualidad, es un perro de compañía muy habitual
en ambientes familiares. Tienen un hermoso y abundante pelaje. Cucharo reunía
todas las anteriores virtudes.
Estos dos personajes, Cucharo y
Pacho, con el tiempo, se hicieron muy famosos en su patria chica, porque
actuaban en un pequeño circo, haciendo las delicias del público._Me imagino cómo eran esas
maravillosas presentaciones como acróbatas y excelentes profesionales que ya lo
eran; se ganaban los aplausos de los asistentes, así yo lo pienso_.
Fueron pasando los años; se
retiran del circo porque éste iba de fracaso en fracaso, hasta desaparecer por
completo; pero Cucharo y su amo, seguían por los caminos del descanso. Pacho
supo manejar muy bien su dinero y pudo ahorrar y ser el dueño de varias
propiedades en la parte urbana y rural.
Su pasatiempo favorito, eran los
cortos paseos que como rutina diaria realizaba en compañía de Cucharo, con el
fin de mantener su cuerpo en buena forma física y mental.
Cierto día, los vecinos empezaron
a notar que tanto Pacho como Cucharo, no se les veía deambular por las calles
como de costumbre ellos lo hacían. Así pasaron varios días sin tener noticias,
pero cuando menos se pensó, apareció Cucharo. Ese día llovía pesadamente y el
angustiado animalito, movía su cola lentamente con un pausado caminar, con los
ojos muy tristes y unas orejas gachas. Llegó a la casa, la puerta estaba
ligeramente abierta, la empujó un poco y pudo entrar en ella; sacudió su
abundante melena, mojó un tanto los muebles y claro, la alfombra y, por último,
se echó a descansar. _así lo pienso yo-. Al rato, llegó la hermana mayor de
Pacho y al ver sólo a Cucharo, ella gritó de alegría, inmediatamente comenzó a
llamar a su hermano y como éste no contestaba, se acercó a Cucharo le dio de
comer y éste se devoró el alimento con gran rapidez; le trajo más comida y
suficiente líquido.
El mismo día, en tempraneras
horas de la tarde, empezó a preocuparse y más, cuando vio que Cucharo, salió al
patio de la casa, oliscó y luego regresó, entró a la pieza de Pacho, se trepó a
la cama, comenzó a ladrar con intensidad y desespero. Patico comprendió que se
trataba de algo muy serio; Cucharo bajó de la cama y empezó a morderle la bota
de su pantalón y la halaba fuertemente para hacerla salir de allí; movía su
colita, gruñía hasta que por fin ganó. Patico se sorprendió mucho y salió en
estampida, detrás de Cucharo.
Efectivamente, después de
recorrer media hora y de pasar por sitios muy rudos, Cucharo se desvió unos
treinta metros tomando una pequeñísima trocha difícil de trasegar por allí,
pero qué sorpresa se llevó cuando vio a Cucharo emitiendo latidos muy severos,
retirando con sus patas una espesa capa de secas hojas con las cuales él o los
asesinos habían cubierto el cadáver de Pacho, _Así yo lo imagino_, que al
parecer, lo mataron y lo dejaron allí.
Gracias a Cucharo, que quería
tanto a Pacho, lograron dar con el cuerpo. La muerte de Pacho como la
desaparición momentánea de Cucharo, no se han podido esclarecer plenamente por parte de la
justicia. Es un misterio, puesto que Pacho no tenía enemigos en la comarca.
Cucharo, pasaba las horas enteras echado sobre la tumba de su amo como señal de
lealtad.
De ahí, que el mejor amigo del
hombre, comprobado y réquete comprobado, sea el Perro; así se diga lo
contrario.
Cucharo se mantenía triste y
comía muy poco. Se cree que murió de la pena, por el aberrante asesinato de su
fiel amigo Pacho, cuyas heridas lamía y de su sangre Cucharo se alimentaba
mientras su cuerpo cuidó.-Así lo pienso yo.
Episodio 46
Episodio 46
Doloroso recuerdo
Pasan por nuestros ojos y mentes
cosas tan raras, que por poco, uno también puede enloquecer.
Hace muchos años, conocí a un
señor, llamado Ambrosio, de baja estatura, de una edad no mayor a la mía, que
pertenecía a una noble familia muy apreciada por la sociedad; y todos en ese
hogar, eran unos excelentes trabajadores. Sus hijos, ya mayores de edad,
casados unos, y otros, solteros; unos independientes, y otros, empleados del
gobierno o simples trabajadores en empresas particulares.
Don Ambrosio era un gran
empleado; trabajaba en una Sucursal de la Compañía Colombiana de Algodón en Purificación, un maravilloso pueblo del Tolima, situado a orillas del río Magdalena, respetado por todos, muy responsable y cumplidor de su deber; desde
una tempranera edad, le encantaba frecuentar los clubes y compartía generosamente
con sus inolvidables amigos de farra y lo hacían especialmente los fines de
semana. Le agradaba la diversión; era muy extrovertido en todos sus actos;
apostaba en los diferentes juegos y siempre solía salir de allí muy satisfecho,
porque casi no perdía.
Así fue como nació en él, esas
loquísimas ansias de tomar… y tomar…, que poco… a poco…, iba devorando el
contenido de botella… tras botella de aguardiente, hasta convertirse en una
persona alcoholizada.
Por este motivo, fue retirado del
cargo y alcanzó a durar cerca de dos años sin recibir un solo centavo de su
paupérrima pensión.
Don Ambrosio, se convirtió en una
carga muy pesada para la familia, porque ella, tenía que sostenerle el trago,
tuviesen o no, para comprar la nociva y detestable bebida que a la larga, llegaría
a ser la destructora de su propio ser.
El día que no se le diese la
botella, así fuese sólo con un cuarto de líquido, no lo tenían contento. Lo más
grave de todo esto, es que a él, lastimosamente no le importaba desnudarse; es
decir, quedarse exactamente como Dios lo mandó a este mundo, _así yo lo
imagino. El quedaba en cuero en plena calle, delante del que fuera; a veces,
sus hijos lo encerraban en la casa, pero él, valiéndose de malas expresiones,
debían dejarlo libre y proveerle del preciado líquido que para Don Ambrosio era
como si le reglaran algo muy especial que recibía con qué felicidad, para
partir contento desde tempranas horas, y aparecía ya con el sol de los venados
o en tiempo crepuscular. A veces llegaba únicamente a poner lora, o si estaba
muy cansado de tanto caminar, se metía en sus cobijas y a dormir se dijo, así
como duerme un lirón.
El problema para la angustiada
familia, no era otra cosa, que pedir a Dios, para que él por lo menos, se
despertara al día siguiente, ya que si lo hacía a media noche, se levantaba
para continuar con la maldita cantaleta del trago y era imposible volver a
dormir.
Pobre familia. Así yo lo pienso.
Las hijas vivían desesperadas, avergonzadas y, todo, por culpa de su padre;
ellas se sentían despreciadas de la sociedad, cuando antaño, eran admiradas por
su forma de ser: sencillas, afables, muy cariñosas, dulces y todas unas
verdaderas damas de mucho querer.
Los hijos varones, pagaban
escondite para no dejarse ver de su padre ya que los obligaba a gastar así
fuese una copa del preciado licor según él.
Su esposa, hacía varios años que
había muerto y esta irreparable pérdida, para Don Ambrosio, también fue de mucho
pesar porque claro, era la persona de sus sueños y la que le llevaba la cuerda
en todo.
A Don Ambrosio, con el tiempo, le
amputaron sus piernas más arriba de las rodillas; así pasó varios años en
silla de ruedas; después fue internado en una clínica, donde a consecuencia de
una serie de enfermedades, murió dejando a sus hijos, y a las personas que lo
conocimos, un caso de vida bastante desconsolador, que nos sirve de ejemplo
para reflexionar, evitar llegar hasta este desequilibrio emocional y tratar de
dar buenos consejos a las personas que estén o llegasen a estar comprometidas
en tan detestable trance.
Episodio 47
Un robo bien planeado
El hombre que es falto de
iniciativa, de poco espíritu, cubierto de inocencia para captar con rapidez los
grandes males que se reciben de personas inescrupulosas que son como aves de
rapiña, que solo buscan cautivar con su lenguaje comprometedor a los ciudadanos
indefensos, con el fin de preparar bien sus presas y dejarlas como popularmente
se escucha: “En la cochina calle”, golpeados, o hasta tenerlos que llevar casi
sin vida a un hospital.
Así es la historia que me permito
referir de mi gran amigo, Alexander, quien fuera sorprendido; primero, por un
hombre y luego, se unió a este otro compinche, en una de aquellas calles más
bien concurridas de la ciudad de Bucaramanga.
Alexander iba de norte a sur; y
el ladrón, lo hacía en sentido contrario; al verlo, se le acercó para decirle
que él buscaba una dirección de un banco y necesitaba llegar allí lo más pronto
posible. Él creía estar ya muy cerca. Mi compañero, le contestó que no tenía
idea dónde quedaba.
El hombre insistió diciendo que
como él era Venezolano, ingeniero de petróleos y se encontraba trabajando en la
petrolera de Barrancabermeja, una hermosa ciudad sobre el río Magdalena, le
habían dado permiso para cobrar un gran premio de la Lotería de Santander y que
como no conocía bien la ciudad, estaba perdido y vencido y, como mi compañero
es una persona de avanzada edad y con apariencia de persona muy culta, el
hombre le dijo que le contaba ese secreto pero que le ayudara a dar con la
dirección y que él le reconocía una jugosa suma de dinero.
Ante esto, él le dijo que le
podía solicitar a otro transeúnte pero que de todos modos contara con su
ayuda, le dijo Alexander.
El susodicho hombre, vio cómo se
acercaba un señor apuesto, bien vestido, con un maletín negro, y le solicitó le
orientara para llegar al Banco. El hombre lo presentó al compañero Alexander;
se hicieron amigos, y el recién llegado, se ofreció para acercarlos al lugar;
caminaron unas pocas cuadras y el dueño de la lotería, los invitó para
ofrecerles un café. Llegaron a un sitio donde se sentaron y allí planearon cómo
cobrar el premio; cuánto les iba a reconocer por ese favor de acompañarlo y de
servir como testigos porque el Banco así lo exigía según el dueño del billete.
Esos dos hombres que eran amigos,
sabían lo que hacían. Ya tenían todo preparado. Se trataba de un robo
descarado. Empezaron a decir que para ello, el banco exigía que los testigos
fueran solventes; es decir, que ellos deberían dejar como una especie de arras
mientras se hacía el estudio del pago del premio
Al parecer, a mi compañero le
tuvieron que echar algo al pocillo del café, porque Alexander, al ver que uno
de ellos se desprendía fácilmente de dinero, cédula, anillos, reloj y otros
documentos y los arrojaba a un maletín que tenían preciso para ello, del mismo
modo, a Alexander lo obligaron a desprenderse de su reloj, anillos, y menos mal
que no tenía sino setenta mil pesos porque ya había ejecutado las transacciones
comerciales en el banco o, si no, el robo hubiese sido mayúsculo y sólo le
dejaron lo del pasaje para regresar a la casa.
Una vez hecho esto, me preguntaron que si no disponía de
tarjeta débito o crédito y mi compañero, muy tranquilo les dijo que dinero no
podía sacar pero que sí servía para adquirir productos y uno de ellos lo
acompañó a una joyería para obtener algo de singular valor. Mi compañero, y uno
de ellos, el más vivo, se acercaron a una Joyería cercana y buscaron una gruesa
cadena de oro que costaba $2´000.000.00 de pesos; pero al pasar la tarjeta por
la máquina, no fue reconocida por ésta y la dueña del almacén al darse cuenta
que posiblemente se trataba de un robo, no les insistió para que llevaran el
producto.
El tipo salió aburrido y lo peor
de todo, fue que buscaron una calle desierta y mientras un tipo le hacía
compañía a mi amigo Alexander, el otro, se fue quedando hasta perderse y el
ladrón al darse cuenta de la supuesta desaparición de su amigo, salió en
estampida y Alexander lo que hizo fue mirar cómo lo perdía de su vista sin poder llamar
a solicitar ayuda.
Simplemente le prometieron que le
darían $3´000.000.00 una vez cobraran el inexistente premio de la Lotería de
Santander, que al parecer, el número de los pedazos de lotería coincidían con
el número salido en la prensa y que esto lo animó aún más, a caer en la trampa.
No hay que llevarle la cuerda a
las personas sospechosas que pululan las calles ni acompañar a nadie, ni
aceptar nada, para evitar esta clase de caídas, de substracciones, de despojos
y de robo a plena luz del día, aprovechándose de la edad de las personas y
quizás de sus buenos modales como de su presentación personal.
Esta clase de atropellos no tiene
acogida en las autoridades, salvo que sean pillados con los objetos en las
manos, producto de la estafa o del robo según el caso.
Episodio 48
El niño fenómeno del terror
Mi taita Parmenio que en paz
descansa, un hombre que no pasaba en ese entonces, de 45 años de edad, flaco
como una lombriz, trigueño y muy extrovertido en su forma de ser, vivía feliz
contando historias que a él le sucedían en las diversas correrías que con frecuencia
hacía como un hombre andariego y ambicioso en realizar toda clase de negocios.
Él narraba cada evento con mucha
naturalidad y le fascinaba hacerlo nada más y nada menos, que por asustarnos
porque a veces lo imitábamos en eso de ser andariego; y nosotros, que éramos
dos hermanos de 14 y 15 años, como verdaderos pate lisos, no permanecíamos en casa.
Cierto día, al caer la tarde, él
comentaba que al pasar por el atrio de la Iglesia de uno de los barrios de mi
pueblo, escuchó llorar a un niño bien adentro del templo, y, lo curioso de
todo, las luces estaban encendidas pero no había un alma para un remedio. Por
supuesto, mi taita se imaginaba que la criatura la debieron dejar abandonada en
ese sagrado lugar. Él decía: _ Me conmoví tanto, que entré muy rápido en la
Iglesia y en una de las bancas, vi al niño de unos cuatro años, llorando a moco
tendido.
Yo lo consolé; él se calló y
luego le extendí la mano derecha en señal de amistad para que saliéramos de
allí. _Lo acariciaba y a la vez le
decía: _Tranquilícese hijo, que no ha pasado nada. _Bájese y nos vamos. Mi papá,
según él, cogió al niño y lo más raro de la vida, era que entre más caminaba,
el chico crecía y crecía y mi pobre viejo, hombre de armas tomar, es decir, no
temía a nada ni a nadie; esa noche, sí la vio negra, pero realmente muy negra
al observar cómo físicamente se transformaba esa criatura y cómo su cuerpo iba
cambiando en tan corto tiempo.
Al llegar a la esquina de la
calle, el misterioso hombre crecía tanto, que su cabeza, tronco y extremidades
estaban muy deformadas y por fin, el monstruo de la noche, dirigió la palabra a
mi taita y le dijo: _Hasta aquí llego con usted; yo
estoy muy grande y puedo continuar mi camino solo; le agradezco su
amabilidad.
En ese mismo instante, el rostro
de mi papá palideció, se llenó de miedo y tembloroso, trató de salir corriendo
o de gritar para pedir ayuda pero sus pies y su voz no le respondieron y cayó a
una alcantarilla; del golpe, se fracturó la cabeza; Un señor que lo observaba y
al ver que su amigo estaba en aprietos, se acercó y lo auxilió. Mi taita entre
dientes, le comentó la historia pero él no le creía mucho; sin embargo, para
convencer al compañero de farra, lo invitó a que pasaran nuevamente por la
iglesia; fueron y al llegar, ambos escucharon el lloriqueo de un niño, en el
mismo sitio. Esta vez, sí se llenaron de espanto, y les hizo falta patas de
zanco, para que les rindiera su retirada del lugar. Entre más corrían, más se
oían los gemidos de la extraña criatura.
Para colmo de males, los dos
tomaron calles diferentes. Dice mi taita que él se desmayó y volvió a quedar
tendido en mitad de la calle y con una pierna rota. Varias personas lo
recogieron y lo llevaron directamente al hospital.
Desde entonces, que yo recuerde,
no se volvió a saber nada de este niño, fenómeno del terror.
El pobre viejo después de este
susto tan verraco y como hombre de nobles principios, no volvió solo a misa y
menos de noche. Él siempre guardaba ese temor que lo acompañó hasta la tumba y
por supuesto, todos los días, nos infundía estar en gracia de Dios.
Episodio 49
Palabras de Serafín
Yo, Serafín Buenahora, haciendo honor
a mi nombre, a mi buena fe, y, después de muchos años de sacrificio por
alcanzar mi propio proyecto de vida, hoy me siento el hombre más afortunado,
porque he superado metas casi inalcanzables, gracias a Dios.
También soy fiel testigo del
intenso cambio y profundo desarrollo de mi pueblo en todos los campos: económicos,
políticos, culturales y sociales de la ciudad y de la gente, gracias al impulso
asistido por Braulio, mi recordado y muy apreciado profesor, hijo del pueblo,
quien dedicara toda una vida al inmenso enfoque progresivo de la región.
Mi pueblo, representa a todos los
pueblos de Colombia que han progresado vertiginosamente y también a los que por
diversas circunstancias, se han quedado estancados, debido a la negligencia de
sus gentes o abandono total por parte de las Autoridades del Estado.
Debo rendir merecido homenaje a
las personas que hicieron posible el tan anhelado adelanto de mi pueblo, hasta
convertirlo en un ejemplo para las demás ciudades de mi país.
Hoy contamos con sitios
turísticos apropiados para los visitantes: hoteles, piscinas, centros culturales
y sociales como colegios, hogares para ancianitos y entidades bancarias.
Los campos gozan de suficiente
control sobre rotación de cultivos que abastecen las plazas y los centros de
acopio comercial y agrícola.
Tenemos ferias y fiestas,
convertidas en las mejores del municipio comparadas con las de otras ciudades
vecinas y, esa armonía que se vive todo el tiempo en cada población. Mi
pueblo, como siempre, lo he tratado en mis charlas; reservo su nombre y así
morirá conmigo. Es como un nombre mágico que resonará en mi mente y en la de
todos mis queridos seguidores.
Después de muchos años
transcurridos, he logrado terminar con éxito la Universidad y ahora soy
pensionado del Ministerio de Educación como Educador que fui hasta mi retiro forzoso;
casado, con la mejor mujer del mundo y la presencia de cuatro maravillosos
hijos que han colmado de felicidad mi hermoso hogar.
Han fallecido varios de los líderes
que trabajaron por el bienestar de mi ciudad y para ellos va, mi gran sentido
de agradecimiento y gran dolor.
Mis padres que después de
soportar innumerables enfermedades, también murieron dejando en mi alma, una
doble herida en mi corazón y el recuerdo de un par de amigos que me enseñaron
el difícil camino de la vida. Para ellos, eterno descanso.
También siento mucha felicidad
por los procesos de paz entre el Gobierno, las Farc y el ELN que se vienen
adelantando en Cuba y posiblemente en el Ecuador, con el único objetivo de superar
tantos años de violencia que acabaron con la estabilidad y ambientes económicos
y sociales de los campesinos. Se aprobaron y firmaron los acuerdos con las Farc
en la Ciudad Heroica de Cartagena de Indias, con la asistencia de algunos
presidentes y una nutrida delegación de varios países que colaboraron con el proceso.
Pero
como el Presidente Juan Manuel Santos dijo con mucha firmeza de espíritu, que
si se aprobaba este acuerdo, haría un plebiscito para que fuera ratificado por
el pueblo.
Ya
se venía realizando una contrapropuesta; yo diría que política, para entorpecer
el acuerdo ya firmado por las partes actoras. Salieron unos Líderes de la
Oposición al Gobierno, diciendo que ese acuerdo como había sido presentado por
la Comisión conformada por el Doctor Humberto de la Calle y la Comisión de las
Farc, representada por Iván Márquez, estaba mal acordado, porque no se
ajustaba a criterios de sanciones severas por derechos de lesa humanidad,
inclusión en política sin haber sido castigados por la Ley, sin tener en cuenta
la reparación completa de las víctimas, perdón y entrega de personas
desaparecidas por las Farc y la dejación no parcial sino total de las armas.
El
Presidente no tuvo otra alternativa que elaborar una pregunta por el SÍ y por
el NO; es decir el ciudadano saldría a votar voluntariamente por cualquiera de
las dos opciones. El 2 de octubre de 2016, el pueblo se pronunció y votaron por
el NO, que fue la opción ganadora dejando mal parados: al Gobierno y a las Farc,
que votaron por el SÌ
Ahora
esperamos que las propuestas del No, sean discutidas y aprobadas en parte, por
el movimiento afectado en este caso las Farc, y deseamos que se den muy pronto
los resultados y que sean realmente por una Paz duradera para que se terminen
esos días oscuros para todos los colombianos.
Ahora,
se presenta la gran oportunidad de diálogo entre gobierno y el segundo
movimiento insurgente que es el del ELN. Esperamos que se inicien las
conversaciones; que se respeten los acuerdos previos a la reunión como es el de
entrega inmediata de todos los secuestrados por este grupo violento, que tanto
daño ha causado a la población y a las estructuras de las torres eléctricas y
la tubería que conduce el petróleo a todas las refinerías del país.
Me
preocupa enormemente, el binomio Uribe-Santos, hombres ilustres que en los
últimos tiempos, han sobresalido en el ambiente nacional e internacional, que
han sido reelegidos como Presidentes de los Colombianos, pero lo grave de todo,
es que son demasiado tercos y no se comprenden quizás por egoísmo o quizás por
sobresalir el uno, más que el otro. Entiendo que ambos son del mismo partido
político y pienso que por este lado, no es mi duda; lo cierto es que tienen al
país polarizado en estos momentos de incertidumbre nacional, en los que se necesita
un cambio profundo relacionado con el ánimo que le asiste a los grupos alzados
en armas que desean la paz lo mismo que todos los ciudadanos de buena fe.
Yo,
me sumo a ese mismo anhelo y siempre que se habla de paz, mi corazón se hincha
de felicidad porque nací unos años antes de iniciarse la violencia entre
liberales y conservadores y después entre los violentos que paulatinamente
fueron apareciendo como grupos aislados, haciendo toda clase de maldades a
nuestros semejantes. Por esta razón y muchas otras más, me anima que el
Presidente Santos, insista tanto en mantenerse firme para conseguir la paz en
nuestro país. El premio Nobel de la Paz es válido para todos los colombianos
como yo. Ojalá así sea, Señor Presidente, por el bien de todos.
Como buen estudioso de la literatura, no
debo dejar pasar por alto a Gabriel García Márquez, que en paz descansa, y que
también nos regaló el Premio Nobel de Literatura. Gracias noble hombre, que nos
hizo llorar de alegría. Eterno descanso, Don Quijote de Aracataca, por su excelente
obra: “Cien años de soledad”
FIN